Dos semanas en Santiago, muchas caminatas absurdas e infructuosas por calles interminables, pero lindas. Al menos, aún me parecen lindas. Sé que me aburro fácil de las cosas, y que eventualmente odiaré este barrio. Pero eso es lo bueno de Santiago: simplemente, puedes cambiarte completamente de ambiente, no ver a la misma gente en el supermercado nunca más, y es como si pudieras cambiarte de ciudad pero conservar tu trabajo y tus amigos.
Pero, no tengo trabajo.
Pero, no tengo trabajo.

Antes, pensaba que en una invasión zombie, Emololz y yo seríamos los que moriríamos primero. Cumpliendo con los estándares de Hollywood, somos latinos. Siempre mueren primero negros, asiáticos y latinos. Pero ahora Emololz está haciendo ejercicio, y mi mayor actividad hoy en día se limita a armar romances imposibles y complejos polígonos amorosos en Dragon Age. Creo que si alguien llevará la antorcha del fracaso cuando caiga el maldito virus de Umbrella, seré yo.
La gente es especial en las oficinas de partes de los diarios; reciben tu papel y lo dejan sobre un montón. Créanme, he tratado de ver de qué son los papeles de ese montón. ¿Serán más currículum de otros postulantes, tan cesantes y desesperadamente vagos como yo? ¿O fotocopias del trasero de Ibáñez, de Contabilidad, quien multicopió sus nalgas la noche anterior y dejó las obras de arte entre la correspondencia del editor en jefe? De cualquier modo, cuando miro muy fijo el montón de papeles, el encargado me mira con cara de Vin Diesel cuando le roban su lonchera, y prefiero irme antes que llamen a Seguridad.
En fin, de cualquier manera, en el trabajo toda la gente está loca. ¿Para qué buscan gente "normal" según los libros, si la gente normal no es capaz de resolver los problemas más complejos? Son los excéntricos, los que piensan fuera de la caja, los que bailan la danza de Party Boy para seducir mujeres en la disco y los que leyeron a Batman o a Tom Clancy los que van a solucionar las crisis del mañana. No los idiotas que bailan reggaetón en el Transantiago, con el celular sonando a todo chancho.
Como en los mejores -y peores- musicales de Broadway, soy el que espera su primer trabajo, su chance de brillar. Lo demás, depende de mí.
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