Lamest Hits (v2.0 Beta)

En todas las grandes historias, los héroes son sacados de una existencia pacífica, a la fuerza, y conforme avanza el argumento, van descubriendo en sí mismos las virtudes que los llevarán a la gloria, la libertad, el amor incondicional o simplemente un trozo de pastel.

¿Qué pasa con esas historias no tan importantes, con protagonistas muy distantes de un llamado heroico, que voluntariamente se lanzan al peligro, conscientes de la bajísima probabilidad de éxito en su misión, que conforme avanza el argumento descubren que esas virtudes que conocían de sí mismos hace años, y que en teoría los llevarían a la gloria, la libertad, el amor incondicional o simplemente un trozo de pastel, en realidad no los están llevando a ningún lado?

Probablemente, en una situación así muchos se rendirían y dirían "Tal vez no estoy llamado a ser un protagonista. Quizás soy el secundario en la historia de alguien mucho mejor que yo". Por suerte, no soy de aquellos. Con respeto a quienes gustan de autoflagelarse mentalmente y se cortan los brazos para sentirse vivos, el liderazgo no permite cobardes.

Es posible que aún no sea mi momento. Cierto es que elegí la peor temporada para venir a buscar trabajo. Creo que en estos instantes, en los argumentos el autor baja el ritmo de la novela o la película, hace que el protagonista regrese a su hogar y se conecte con sus raíces; que recuerde las razones por las que realmente quiere cumplir su meta. Si hay romances de por medio, es factible que algunas páginas estén dedicadas a renovar esas llamas. Y, luego de aquello, regresan con mayor determinación, sin miedo y dispuestos a dejar el alma en el ruedo. Si es película de acción, probablemente mueran algunos negros y latinos primero, y luego el gran final puede resultar de dos formas: con el sacrificio del protagonista o con una leyenda viviente, líder de multitudes.

Primero que todo, soy latino, y todos mis amigos son latinos. Así que, o morimos todos primero, o nadie muere. Segundo, soy periodista; si quince años de cinéfilo no me engañan, siempre habrá gente que quiera matarme. Tercero, ya tengo polola así que es imposible incluir un romance motivacional en el guión, a menos que seas un director Opus Dei y quieras promover el valor de la pareja única -y si ese fuera el caso, nadie iría a ver esa película. Y por último, soy chileno, y los chilenos sonamos pésimo en los diálogos de acción o en las frases cliché de victoria. 

Honestamente, mi historia no tiene mucha pasta de best seller. Pero creo en mi destino con la determinación de Barbra Streisand en "Funny Girl". No va a llover en mi desfile, eso es seguro. Pero no sé cuándo se llevará a cabo.

De cualquier forma, regreso a casa por algunas semanas. A conectarme con las raíces, a hablar idioteces en la radio, a beber donde siempre, con el existencialista de todas las tardes. A enojarme porque me hacen sentar a la mesa para almorzar con la familia. Es más justo que necesario, pero de todas formas prefiero hacerlo. No se puede estirar el chicle por siempre; además, el sabor se perdió hace rato.

El regreso será cuando deba ser. Triunfal o no, de seguro será llamativo, sonoro, electrizante. Siempre he sido más una canción de Abba cuando se trata de entradas gloriosas, en lugar de una de Bauhaus.

Y, si alguien pregunta cuál es la meta, debo ser honesto; no aspiro a la presidencia de este esquizofrénico país, ni a fama y fortuna. Es más, con seiscientos mil pesos mensuales me sentiría en las estrellas. Quiero una existencia emocionante, variada, llena de desafíos intelectuales y de sorpresas en la vuelta de la esquina, en un mundo lleno de esquinas. Deseo el ascenso y la caída de Ziggy Stardust. Morir en el escenario, desintegrado para que los Infinitos puedan hacerse materiales, visibles. ¿Delirio de grandeza? No. Eso es la excusa de los temerosos para quedarse sentados en el sofá, mientras el mundo envejece más pronto que sus mentes y sus ansias.