Hoy es un día que podrá ser especial o no, en la medida que mi constancia haga presencia cuando se le necesite. Porque durante más de un año, he estado dando vueltas a varios personajes, historias, arcos argumentales, estilos literarios, pero todo en mi cabeza y en borradores que han visto por aquí y por otros sitios como Facebook o mi antiguo blog con la etiqueta "Ciudad Muerta". Debo decir, en primer lugar, que aquel es un nombre tentativo, y dudo muchísimo que sea el definitivo.
Como segunda cosa, les cuento que a partir de la próxima semana comenzaré a subir algunos trozos del primer capítulo de lo que pretende ser una novela absolutamente loca, con personajes que provienen de años de páginas descartadas y vueltas a escribir, ambientaciones tan originales como me da la mente, y un mundo lleno de homenajes y referencias a todo aquello que ha hecho de mi generación la juguera cultural más grande que recuerde la historia.
Y, como tercer punto, les "hablaré" un poco de los personajes principales. Porque "Ciudad Muerta" tiene decenas de personajes, todos muy distintos y llenos de matices, vínculos y secretos; sin embargo, cinco de ellos destacan porque llevan el peso narrativo. Es decir, a través de sus voces, sus pensamientos, sus bitácoras, miedos, tristezas y éxitos, busco introducirlos al planeta Tierra que a ellos les tocó vivir (o, más bien, tocará).
Para ayudar a graficar un poco la "forma" de estos personajes, los cuales en mi cabeza tienen hasta los más mínimos detalles físicos y emocionales, pero por desgracia aún no existe una máquina que permita expresar aquello en imágenes virtuales (como la flauta de Futurama). Son imágenes random, customizadas para asemejar sus aspectos. Cada descripción irá acompañada de un breve fragmento de texto, tomado de las primeras páginas del capítulo uno.
Claudia: Hija de una acaudalada familia de negocios y abogados, es la menor de dos hermanas. Tuvo una adolescencia que ella denomina "musical", marcada por discos de rock y pop de décadas pasadas, y vida social limitada. Siguió una carrera en el periodismo como desafío personal y respondiendo a una vocación de denuncia, lo cual la puso en conflicto con su familia. Sin embargo, su personalidad inestable, tímida y temerosa la limitó a un trabajo como redactora de comentarios de bandas emergentes en una pequeña revista. Dejó a sus padres y hermana atrás luego de un confuso incidente, y hoy vive en la clandestinidad del sector industrial de Solares.
Sabine hace algo que me enferma, todas las mañanas. Enciende el televisor, sintoniza las noticias y sube el volumen, mientras vierte agua en su tazón azul y prepara un café de grano. No mira la pantalla, ni siquiera despega la vista de la cafetera y de sus galletas de agua. Es como si pusiera ese programa para mí, diciéndome "Claudia, es hora que madures y dejes de perseguir bandas de rock de niños problema, mira lo que pasa realmente en el mundo, tú debes participar de aquello".
Pero jamás lo dice. Se levanta de la silla y lava su tazón y plato, sin abrir la boca. Y, en el auto, minutos más tarde, me desea un buen día y besa mi mejilla. La sociedad está en crisis en todos lados, y no es sólo el horror que vemos en televisión. Yo escogí documentar algo mejor que las desigualdades producidas por los imperios económicos que ella ayuda a edificar. Podría hacer más y mejor trabajo, pero no tengo la obligación de difundir sus logros para hacerla sentir cómoda con sus decisiones. De cualquier modo, ella está en su oficina regañando a inversionistas que miran su escote mientras desechan al instante todo lo que ella se desvela por calcular, y yo enciendo mi tercer cigarrillo de la mañana, mientras espero al baterista de 'Hard Coding' en un café del centro. Las pequeñas victorias son siempre las más sabrosas.
Roberto: Dejó el colegio a los dieciséis años, y comenzó a recorrer ciudades -y más tarde países- buscando experiencias más fascinantes. Ha sido albañil, conductor de camiones, repartidor de pizzas, florista, actor de voz para libros escolares, entre tantos otros trabajos. Luego del desplome de la bolsa, dos años atrás, ha tenido dificultades para encontrar trabajos ocasionales y se estableció en una panadería del sector industrial de Solares. Es un joven de carácter fuerte, pero respetuoso, y se aburre de las cosas con relativa rapidez. Ansía volver a viajar y conocer otros continentes.
Cada día llegan menos clientes. Phil dice que es cuestión de meses para que todos los negocios independientes quiebren en el sector industrial. Los propietarios no tienen acceso a créditos y préstamos, han tenido que vender sus hipotecas para subsistir y ya no tienen qué transar para seguir existiendo. Catalina dice que lo mejor que podría pasar es que una bomba cayera durante la noche en el barrio, para que el alcalde esté obligado a trasladarnos a otros sectores, pero sabemos que eso no va a ocurrir.
Trato de no pensar mucho en eso, pues de cualquier forma, estamos acabados. Hace unos días, la señora Millie de la calle contigua me contó que, treinta años atrás, tenías que pagar hasta cuatrocientos mil pesos por un departamento para dos personas en este barrio, y que había vida nocturna para todas las edades. Lo único que queda de aquello, según veo, son algunas cantinas y prostíbulos. No tengo opinión sobre eso; todos tienen derecho a mantenerse a flote como pueden.
Amelia: Hija única de un matrimonio de artistas plásticos, nunca mostró interés en el virtuosismo de sus padres, sino que a temprana edad tomó libros de historia universal, los periódicos y empezó a navegar en Internet. Sintiendo una profunda pasión por la ciencia, comenzó a visitar a diario la biblioteca de la ciudad y a interesarse en la antropología. Un día, cuando regresó a casa, no encontró a sus padres, quienes habían sido citados a declarar por un caso no resuelto de terrorismo biológico mientras ella estuvo ausente. Después de dos meses de espera, su tía Loretta la llevó a su casa en el sector industrial, donde vivió por los siguientes quince años con la angustia de desconocer el paradero de su familia.
Me parece inconsecuente el comportamiento del vecino del 306. En este edificio, todos hemos perdido a alguien en el transcurso de este gobierno; sin embargo, él dice inflando el pecho y procurando ser oído incluso por los niños que juegan en el parque que va a votar por Montoya en las elecciones de septiembre.
Aquí nadie desea involucrarse en política. Los nombres pasan por nuestras vidas como irónicas anécdotas que el tiempo nunca borra, y persisten gracias a personas como este vecino. Él no ha obtenido algo extraordinario por profesar devoción hacia una política partidista que no sabe quiénes somos.
Me he cansado de decirle que esas personas, que visten de traje en una época en que las tiendas de ropa ya no los venden, no piensan en nuestro sector, ni con compasión ni con codicia. Para ellos, nada bueno podría salir de aquí. Un veterano de guerra vociferando su adhesión a un candidato burgués que tenía siete años cuando ocurría el atentado de Seminario y seguramente jugaba con bolas de nieve a cientos de kilómetros de aquí es simplemente ridículo.
Björn: ex-soldado del Gobierno durante los años del atentado al edificio Seminario de Comercio, hoy trabaja en diversos oficios, y viaja constantemente a través del país. No se conoce mucha información sobre Björn, salvo rumores que comentan su militancia en un grupo extremista de oposición al Gobierno, y que colecciona motocicletas antiguas en desuso para repararlas.
Deja su chaqueta de cuero en el asiento de la maltratada Ellie, y enciende un cigarrillo casero de los que el gran Bill le regaló el pasado lunes. Hay mucho ruido en la calle para un jueves; las prostitutas de la Novena están, sin embargo, ausentes de la sinfonía. Björn lo sabe. Cada una de las voces de las chicas está grabada en su memoria, así como las inflexiones de sus quejidos y palabrotas.
- Va a pasar en cualquier momento -, piensa, mientras masca el tabaco de su extinto cigarrillo. Desliza su mano derecha hacia el bolsillo de su chaqueta, y saca un reloj sin pulsera, con luz de sodio activable.
Tres hombres se aproximan a Björn; el más alto lo mira fijamente, mientras los otros comienzan a flanquearlo. Su motocicleta se ahoga en sus propias heridas, mientras el rubio panadero escupe el tabaco al suelo. Ocurre tan rápido que no da tiempo a los vecinos curiosos a mirar de reojo por las ventanas de los oscuros departamentos. Björn sube a su moto y la mueve veinte metros más al norte. Pisó suelo en conflicto, y lo sabe. Un extranjero como él no debería llamar tanto la atención. Tres cayeron bajo sus puños hoy, y muchos más volverán a buscarlo. La vieja Ellie deberá resistir, al menos, un viaje más esta semana.
Marcus: Es incierto cómo llegó a vivir al sector industrial, y a qué edad. Criado en forma intermitente por un grupo de mecánicos de automóviles y camiones, hizo de una tienda de discos al borde de la quiebra su hogar todas las tardes, y de las máquinas sus mejores amigos. Aunque creció en contacto con otros niños, nunca le parecieron atrayentes y se dedicó a aprender de forma autodidacta a reparar vehículos, como los hombres que lo cuidaron en su infancia. Independiente, vive solo en uno de los departamentos del barrio. Es propietario de una pequeña tienda de discos, libros y revistas en el sector industrial.
Amelia y Francisco vinieron hoy a mi tienda. Hablaron por un rato entre ellos, y miraron algunos discos y revistas. Al cabo de unos minutos, Amelia se acercó al mesón y preguntó si había visto a Camila. Tuve dificultad para recordar correctamente quién era ella, pero cuando lo logré, Amelia me miraba con ojos distantes. Susurró algo, de lo que entendí apenas un escueto "Eres raro".
Sé que soy raro para ellos, y no me molesta. Tal vez ella esperaba una reacción diferente de mí al mencionarme a esa chica. La verdad, pocas veces he hablado con Camila, y siempre que lo hago, me siento incómodo. Habla mucho, y toca las manos de las personas cuando les dirige la palabra. No entiendo la razón de ese comportamiento.
He escuchado que ella es una chica amistosa. Pero no somos amigos. No soy amigo de estas personas. Soy el último al que deberían preguntar si alguno de los chicos del barrio desaparece. No los conozco bien, y no me importan mucho. Creo que Amelia lo sabe, y por eso me mira así; pero no pedí que ella esperara más de mí. Hoy, no me sentiré culpable por decepcionarla.
Eso por ahora; la próxima semana, un fragmento del primer capítulo. Siéntanse libres de criticar a destajo, sus comentarios son mi sueldo, jaja.
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