Marcus mira por cuarta vez el reloj de madera del Salón de Reuniones, en menos de cinco minutos. Se pisa los pies constantemente, y tuerce los dedos sobre su eje para hacerlos tronar. El Gran Bill odiaba que hiciera aquello, señalando con muecas particularmente graciosas y evitando llamar la atención del resto que tronar los dedos era un gesto de mala educación.
En estos días, sin embargo, todos recurren a sus tics nerviosos más íntimos. Cualquier actividad, por pequeña que sea, que permita aliviar la tensión de ver el reloj avanzar, es bienvenida con los brazos abiertos.
Le han dicho que Claudia sufrió un desmayo mientras salía de la ducha. No mucha información de lo que ocurre con los líderes llega íntegra hasta las barracas. El viejo Gorrión se acerca carraspeando al muchacho, y saca una manzana verde recién lavada de un bolsillo de su gabardina. La pone sobre la mesa y le indica que la coma. Marcus, en vez de moderla, hace sonar sus dedos de la mano.
- Pero no está aquí.
- Sí, una lástima en verdad.
- En la estación hay más de seiscientas personas, que sin dudarlo morirían si fuese necesario para liberar a todos los que están perdidos allá afuera. No sabemos si están vivos, ni siquiera si han escapado a otro lugar. Si morimos, lo haremos sabiendo sólo lo que nos han dicho que sucede en la superficie.
- Dejé de cuestionarme la verdad hace muchos años, hijo. Cada uno tiene su propia verdad, sabes. Algunos creen ciegamente lo que los líderes dicen, o lo que los ancianos proclaman. Otros, tenemos nuestras propias ideas.
- Y aún así, sigues acá abajo.
- Sé bien la razón por la que yo estoy en esto. Todos en las barracas lo saben bien. Bueno, unos más que otros. Pero los más viejos estamos seguros de nuestros motivos.
- Yo no tengo un motivo, Gorrión. Estoy con ustedes desde que tengo memoria, y ahora que el Gran Bill se ha ido, ustedes son mi única familia. Esperar la muerte de todos en este recinto no tiene coherencia para mí.
- Marcus, hijo... ¿Recuerdas lo que Bill te dijo, ya sabes, sobre tu padre?
- Sí, ¿qué pasa con eso?
- Probablemente no es el mejor momento para decírtelo, pero ya que al parecer estás sentado esperando a que te bajen las bolas para ser valiente, te lo diré. La historia de cómo llegaste a nosotros es muy distinta.
Marcus silenció una respuesta, al darse cuenta que no sabía qué acotar. Pensó en varias palabras y preguntas, pero llevaba varias horas nervioso y la verdad sobre sus padres era de verdad un dato inesperado.
- Bill y el Tuerto Joe te encontraron a cinco kilómetros del muelle, cerca de la rejilla de contención del alcantarillado. Vieron a un hombre borracho que dejó un bulto en el lecho del canal, y se alejó tambaleando y murmurando blasfemias contra el mundo. Tenías poco más de cuatro meses de vida, y estabas golpeado y desnutrido. Te llevamos al hospital, y esperamos por horas que nos atendieran. Bill se puso impaciente, y te llevamos al barrio, donde la anciana Merris. No era una doctora de la gran ciudad, pero al menos tuvo prisa en curarte las heridas.
- N-no entiendo.
- Vaya que sí entiendes. No vienes de un lugar muy diferente al de Claudia, y si tuviera que comparar, diría que tuviste mejor suerte que ella. Al menos, no has tenido que vivir con la vergüenza y el dolor de haber sido rechazado por tu familia y la indignidad de no poder volver a tu hogar.
- Mi hogar está con ustedes. Nada que haya pasado va a cambiar eso.
- A veces, hijo, es mejor no tener opciones. Te criamos y te educamos para que fueras mejor que todos nosotros juntos, y lograste eso sin que tuviéramos que esforzarnos. Sabes bien de qué eres capaz, y qué destino te espera en el camino que Dios te ha puesto.
- No creo en tu Dios, Gorrión, pero agradezco tu fe en mí. Sin embargo, te equivocas. No sé cómo ayudarla.
- Nadie aquí la conoce mejor que tú. Hijo, has observado a esa muchacha todos los días desde el bendito momento en que llegó a nuestro vecindario. Te hemos visto gozar con sus alegrías y masticar con rabia sus tristezas. Sé que, cuando llegue el momento, el único de nosotros que podrá cuidarle la espalda, serás tú.
- Gorrión, ella ni siquiera sabe quién soy.
- Marcus, no te estoy dando un discurso paternal ni espero que ustedes terminen casados y con muchos hijos. La realidad, como bien has señalado, es que ella es nuestra líder y tú eres sólo un mecánico que repara vehículos viejos, a quien Claudia no conoce, y obviamente ignora la devoción fanática que tienes por ella. Pero si algo me han enseñado mis dos divorcios, es que el amor no se trata de reciprocidad, sino de dar todo de ti, sin esperar nada a cambio. Es sacrificio puro y consciente, sin pensar en las consecuencias.
La alarma comienza a sonar tenuemente en los corredores de la base. En una habitación distante, la delgada y pálida Claudia se abrocha una blusa gris y amarra unos botines negros con extraños cordones multicolor. Apenas sale de su alba habitación acolchonada, Roberto y Björn la actualizan con los detalles del evento que cambiará sus vidas para siempre. En el estacionamiento, Amelia enciende un cigarrillo y tararea una vieja canción de Queen.
- Y llegó el día, Rulos.
- Vaya, me asustaste. ¿Qué haces aquí, Marcus?
- Necesitaba hablar contigo.
- Deberías estar en las barracas, con los demás.
- No, Amelia. Voy a pelear.
- ¿Estás loco? Tú nunca has tomado un arma en tu vida, no sabes nada sobre combate; si te atrapa un policía, no tendrás cómo escapar.
- Tú tampoco. Y aunque te mueres de miedo, eso no te detiene para salir a luchar por lo que crees correcto.
Amelia aspira con fuerza su cigarrillo, alza la vista hacia el irregular techo de concreto del estacionamiento, y expulsa suavemente la columna de humo, en medio de una sonrisa que Marcus no le conocía.
- Me besó hace un rato, ¿sabes?
- Qué bien. Un poco tarde, pero hey, es lo que querías.
- Me sentí... inquieta. Al principio, le respondí el beso, porque pensé que eso es lo que quería. Marcus, es lo que siempre había soñado. Pero pasaron unos minutos, y ya no quise seguir besándolo. Soy tan rara.
- Creo que entiendo, Amelia.
El muchacho miró fijamente a los ojos a su amiga de infancia, y la abrazó. Ella no sabía cómo reaccionar; Marcus usualmente trataba de evitar los momentos afectuosos, y su cariño siempre se había manifestado a través de bromas. Así que comenzó a llorar, cayó de rodillas y se hundió en los brazos de Marcus.
- Está bien, amiga mía. Tú no luchas por él, ni por ti. Nosotros estábamos aquí antes que todo esto comenzara a planearse. Éramos huérfanos y pobres cuando comenzamos a caminar juntos hacia el colegio, y hoy, estamos rodeados de gente. Amelia, es lo que tú has construido. Familias completas que viven hoy en la miseria tienen esperanza, porque tú les diste algo en qué soñar. Tú fuiste a sus casas, y los convenciste que merecemos más que las sobras. Que tener hambre está mal, y que se puede hacer algo al respecto.
- Sí... Luchamos por ellos.
- Y tu corazón siempre ha sido más rápido y sabio que tu mente, Amelia. Te sientes confundida, porque sabes que no vas a despedirte de nadie, porque hoy vamos a vencer. No quieres besos de última hora, sino que preferirías que, cuando todo esto pase, tú seas la primera persona a la que él abrace.
La joven, sonriendo, asintió en silencio. Pensó en aquel momento que Marcus, como siempre, había estado en el lugar correcto y en el minuto oportuno para darle la valentía que siempre le era esquiva. Pero no se lo dijo.
- Por eso voy a luchar, Amelia. Porque tenemos que proteger a los nuestros. A la gente que creyó en nosotros cuando los que nos engendraron se marcharon sin mirar atrás.
- Pero tú no sabes cómo pelear, Marcus.
- No te preocupes, Rulos. Los mecánicos generalmente tenemos bastantes buenas ideas.
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