En las películas de Hollywood, generalmente los primeros en morir son los negros, asiáticos o latinos. África padece de hambruna, SIDA y cientos de infecciones. Asia sufrió el tsunami del Índico hace poco más de cinco años. El turno de los latinos tenía que llegar: primero Haití, y ahora Chile.
Desde Valparaíso hasta Temuco, sin respetar los vestidos de Polly Pocket de Sole Onetto o la Feria de la Chilenidad en Concepción, un terremoto grado 8,8 en una de esas escalas que realmente dan lo mismo cambió la cara de la zona centro-sur chilena para siempre, forzando una serie de consecuencias horrendas, curiosas y, en muchos casos, ilógicas, en la atemorizada población víctima del siniestro.
Algunos, que se encontraban la noche del viernes 26 de febrero en sus casas, acostados, tratando de descansar luego de un regreso de vacaciones agotador, intentando hacer vida de pareja luego de la visita sorpresa de la suegra narcoléptica, o jugando "Dante's Inferno" en su Xbox, vivieron el terremoto de un minuto y cuarenta segundos de duración en sus camas, sacudiéndose como dentro de una lavadora, incapaces de poner pie firme en el suelo.
Rock desde el Centro de la Tierra
Mi polola -Carolina-, su hermano Mauri y yo, sin embargo, lo vivimos en un pub, en Barrio Estación. Durante un solo de batería de "Starway to Heaven" de Led Zeppelin y ya con los vasos de cerveza y ron vacíos hasta la gota más ínfima. La idea, desde horas antes, era despertar temprano el sábado, recibir a la polola de Mauri que llegaría desde Temuco y arrendar un auto para salir a recorrer la zona costera de la provincia. Los mariscales de Lenga y Lirquén eran el objetivo principal, pero detenerse en la noche en Dichato, arrendar una cabaña y cenar en la costanera parecía la continuación lógica. Por ello, había que beber poco, y retirarse temprano.
Pero la banda de covers era buena, y una vocalista ocasional que cantó "You Oughta Know" de Alanis Morissette nos mantuvo en el asiento. Al comenzar más tarde el cover de Zeppelin, me levanté al baño. "Cuando termine la canción, nos vamos", pensaba mientras evacuaba mi Beck's y los sorbos cantados y gritados de una Toro Bayo. Caro pensaba ir al baño también; aunque Mauri vivía cerca, era mejor salir al frío con las vejigas vacías. Y entonces, el baterista empezó a lucirse. Es lo que todos tratan de hacer en esa parte de la canción. Pero el suelo comenzó a moverse, y parecía que el barbudo treintón realmente estaba rockeando al mundo libre.
Hasta que las luces se apagaron y los vasos comenzaron a caer. Las botellas de la barra reventaron en el suelo -y quizás en la cabeza de algún barman- y los gritos empezaron a sucederse de la forma más caótica imaginable. O, tal vez, peor. Sin embargo, salimos ordenadamente, sin tropiezos ni lamentables accidentes. Una vez afuera, afirmados en uno de los muchos autos que se sacudía al compás de una rumba infernal, tuvimos tiempo y tranquilidad para sugerir a Mauri que volviese al local a buscar su chaqueta, la cual había olvidado con la prisa de la huída. En el estacionamiento, ya abrigados y con el supuesto temblor llegando a su aparente fin, caminamos algunos pasos para observar el entorno. Cientos de asustados penquistas, deambulando por la plaza España, empezaron a dispersarse para regresar a sus automóviles o llamar un taxi, mientras nos dirigimos hacia el departamento de Mauri, por el mismo camino que usamos para llegar.
Pero, ese camino ya no existía.
Tierra de Nadie
Tierra de Nadie
Postes de energía eléctrica en el suelo, escombros en la mitad de la calle, y la impactante escena de un instituto totalmente derrumbado frente a nuestros ojos ahuyentaron todo rastro de alcohol en nuestra sangre y comenzamos a vociferar todo tipo de insultos al viento, de esos que uno lanza cuando está asombrado por algo. No obstante, eran insuficientes para catalogar la situación caótica que comenzaría a vivirse, con gente que se desmayó por la impresión causada por la dantesca imagen, desesperados jóvenes tratando de sacar su auto desde los escombros a través de una calle cubierta de peligrosos cables de tendido eléctrico, un puñado de aventurados rescatistas tratando de oír voces bajo las toneladas de ladrillo y cemento, y cientos de personas acudiendo al otrora odiado retén móvil de Carabineros estacionado en la plaza, ansiosos por saber cómo llegar seguros a sus casas.
Caro intentó reanimar a una chica desmayada frente a la Intendencia; apenas respiraba y no reaccionaba ante estímulos verbales o físicos. Con una mezcla de respeto y temor, los peatones le abrieron paso para que pudiera hacer su trabajo lo más rápido posible. Una vez que recobró la consciencia, caminamos por una ruta alternativa hasta el edificio de Mauri, avistando en el trayecto los rastros de la catástrofe, la cual a todas luces había sido un terremoto. Calles quebradas, pavimento levantado, edificios en ruinas, vidrios destruidos, oficinas al revés y conductores a toda velocidad, tratando de llegar lo antes posible a sus casas, y destruyendo sus ruedas y llantas en la fallida empresa.
El edificio resistió; los vecinos bajaron a la calle, y con linternas y focos de autos se mantenían al tanto de lo que comenzaba a informar la radio Bío Bío, único medio de comunicación sintonizable en ambas bandas del dial. Al parecer, estaban funcionando con un generador de energía a parafina, porque el suministro eléctrico había desaparecido en toda la provincia de Concepción. Caminamos alrededor de la manzana, intentando comprender la magnitud de un fenómeno que apenas comenzaba a mostrar las fauces, y divisamos rascacielos colapsados, con los pisos montados unos sobre otros como en un mal pastel de bodas, árboles obstruyendo las calles, grupos de personas caminando sin rumbo y ecos interminables de esas mismas groserías que nosotros habíamos lanzado una hora atrás, pero en todos los tonos, acentos e, incluso, idiomas.
Corrimos para esquivar los escombros de un edificio que crujía como silla mecedora, y regresamos a casa, o a lo que quedaría de ella. Luego de largas horas de escuchar aparatos de radio ajenos, de réplicas telúricas de distintas intensidades y formas y de improvisados diálogos con vecinos que comenzábamos a conocer, subimos al quinto piso alrededor de las seis y media de la mañana, realmente esperando nada.
El departamento de Mauri no lo pasó tan mal. Loza rota en el suelo de la cocina americana, muebles fuera de lugar y un televisor de pantalla plana en el suelo, afortunadamente reposando sobre sus propios cables de corriente. La cama había jugado pinball con la pieza del ingeniero, y los utensilios de baño estaban por todas partes. Nada que algunas horas de aseo, aspiradora y bolsas plásticas para la basura no pudieran solucionar. Eso, y una urgente visita a Casa Ideas o Homecenter.
Procuramos dormir, tanto como pudiéramos, a la espera de mejor recepción en los celulares para comunicar a nuestros padres que estábamos bien. Al menos, logramos establecer contacto con los míos y contarles lo ocurrido. Dormimos vestidos, tal como llegamos del pub, y alistamos bolsos pequeños con ropa interior, prendas de cambio y documentos, para salir corriendo al más mínimo indicio de una réplica considerable del terremoto.
A las once de la mañana, despertamos con un mensaje en mi celular. Karin, desde Temuco, contaba que ellos también se habían remecido con la catástrofe. Durante las horas siguientes, a través de mi teléfono logramos comunicarnos con nuestras familias y algunos amigos, hasta que las baterías de los celulares expiraron.
Primera moraleja: Nunca salgas con tu carga de teléfono móvil a medias.
Menos es Más
Menos es Más
Nos enteramos que toda la ciudad y las comunas cercanas estaban sin luz, agua ni gas. Muchos edificios y casas viejas de adobe y ladrillo habían cedido, e importantes arterias de la capital regional ahora eran historia. Salimos a buscar algún negocio abierto para comprar agua y comida, y en la calle oímos que repartirían agua desde un camión aljibe detrás del Líder, a unas cuantas cuadras del edificio. Compramos bebidas y galletas a precios sobrecargados en más de un cincuenta por ciento, e hicimos fila para obtener agua. Divisamos un edificio que estaba en los cimientos, junto al supermercado. Un bombero dijo que probablemente había gente atrapada allí, y con horror seguimos esperando nuestro turno para recibir agua, mientras algunos llevaban contenedores plásticos de basura para llevar el vital líquido a sus casas. Obviamente, no eran suyos, sino que decían "Ilustre Municipalidad de Concepción". A pocos pasos se encontraba el edificio donde Mauri trabaja, y pasamos a ver su estado. Ya no era más que una estructura metálica que se remecía con cada temblor y zumbaba como si cien abejas estuvieran mordiendo cables de alta tensión cada diez segundos. Sus informes y computadores estaban desperdigados en todas direcciones, y el recinto se bamboleaba con cada movimiento del suelo. Salimos rápidamente y regresamos a casa. Tal vez, ya habíamos visto suficiente por el día.
El brutal sismo había comenzado 80 kilómetros al norte de Concepción; luego, supimos que el epicentro fue Cobquecura. Apenas horas más tarde, oímos que la zona costera había sido arrasada por un maremoto. Habían dicho por la radio que no había riesgo de aquello, y que la gente se quedara en sus casas. Lo dijo la Armada, lo replicó el Gobierno y fue difundido por la radio. 12 mil personas -un cuarto de la población- de Arauco quedaron en la calle, con sus casas arrastradas por olas de más de siete metros de altura. Lanchas y buques reposaban en plena avenida Colón en Talcahuano, mientras contenedores industriales flotaban en las aguas del puerto. El monitor Huáscar, insignia del sacrificio de la Esmeralda en la Guerra del Pacífico, ahora gritaba sus glorias 30 metros alejado de su sitio original de anclaje. 210 muertos confirmados, un número incuantificable de desaparecidos, y Dichato inundado.
Alguien de la Armada dijo después que había entregado la información correcta de un riesgo de tsunami, pero la habían interpretado mal. Recordé esas excusas que yo daba en el colegio, cuando no llevaba un trabajo y decía que "no había entendido bien las instrucciones". En la escuela, a veces funciona. Puertos y pueblos ahora en el olvido demuestran que, en la vida real, jamás.
Todo eso, mientras grupos de personas de todos los estratos socioeconómicos, -en pánico y hambre insoportable luego de doce horas "sin comer"- luego de acechar durante horas un supermercado Unimarc a dos cuadras de nuestro edificio, comenzaron a saquearlo sin control. Los carabineros, superados ampliamente en número y atribuciones, observaron impotentes como algunos se llevaban los artículos más insólitos en carros metálicos -masa para tortillas mexicanas, bolsas con cincuenta paquetes de confort, abrigos de cuero y promociones de pisco más ron-, mientras otros los subían a sus camionetas cuatro por cuatro. Abogados, médicos, habitantes de cerros y poblaciones económicamente comprometidas. Todos ciudadanos que ese día dejaron de serlo.
El Ritual de lo Inusual
El hospital comenzó a atender urgencias en una carpa montada en su estacionamiento, y llamaron a todos los profesionales de la salud, sin importar su ciudad de origen, a presentarse a ayudar. Carolina pensó en acudir, pero cayó la noche y apenas habíamos dormido. Siempre en alerta, nos fuimos a dormir con la esperanza de mejores noticias y recepción de teléfono al día siguiente.
Despertamos con un temblor, grado 7 en la escala de Mercalli. Hubo varios de esos durante el día. Desde Valparaíso hasta Temuco se consideraba ahora "zona de catástrofe", y ministros de Gobierno supervisaban los avances en la reposición de la "normalidad" en todas las regiones afectadas. No existía chance de tener agua, luz o gas al menos hasta el lunes, y cada entrevista o anuncio de familiares extraviados era interrumpido en la radio por un boletín urgente de socorro policial debido a un nuevo saqueo o asalto a mano armada. Supermercados, tiendas de pequeño comercio, galerías, bodegas, multitiendas, minimercados, casas particulares e incluso los cuarteles de Bomberos fueron atacados incesantemente por grupos de desconocidos que robaron desde comida, alcohol y electrodomésticos hasta sets de living y comedor, máquinas para rebanar cecina y cobradores de Redbanc para las cajas. Los vimos pasar, de hecho, cuando salimos a buscar agua a la cascada del cerro Caracol, en el parque Ecuador. Una madre iba explicando a su hijo de unos doce años que saquear estaba bien, porque "es lo que puedes hacer cuando tienes necesidad". Algún día, cuando necesite preservativos, estará bien sacarlos de la farmacia a la fuerza. O, cuando necesite un Mazda deportivo, estará bien sacarlo del mostrador de la automotora. Las necesidades las instala la prensa y la publicidad, pero los valores se aprenden en casa. Créanme, los periodistas aún no tenemos la fórmula exacta para eso.
Cuando regresábamos, un anciano nos detuvo para conversar. Él creía que los disturbios aún no habían sido contenidos por fuerza militar, como la alcaldesa de Concepción pedía a la Presidenta desde la tarde anterior, porque "el Gobierno perdió las presidenciales y están picados". Yo dejo de ir a cumpleaños de amigos que no me llaman cuando yo cumplo años porque estoy "picado". Pero no creo que dejaría que vándalos saquearan el comercio de la ciudad porque me siento dolido. Mientras nos despedíamos del octogenario, Carabineros, la PDI y Bomberos pasaron a velocidad absurda por la calle, en dirección al Unimarc donde habíamos comprado el pan para el desayuno después de la salida al pub, y que encontramos tan amplio y con precios no tan elevados en comparación a Santiago: estaba en llamas, porque alguien, frustrado por razones que ninguna lógica podría explicar convincentemente, encendió fuego en las ruinas del supermercado.
Otros ladrones, inspirados en la macabra obra de arte de aquel descerebrado, lo imitaron en otros supermercados. Y en multitiendas. En medio del horror, la presidenta decretó estado de excepción, y los militares salieron a la calle. Se instauró un toque de queda, y se combatió el vandalismo a punta de fusil. Entonces, nos enteramos que las calderas del edificio tenían más de diez mil litros de agua almacenada, y ya no era necesario salir a buscar los camiones aljibe siguiendo las pistas de Carmen Sandiego.
Ese domingo nos dejó varias moralejas; casi todas, producto de la súbita ausencia de supermercados, y su incomprensible desaparición bajo las llamas.
Segunda moraleja: Siempre debes tener pilas AA y AAA en tu casa, o un cargador con baterías de ambos tipos, siempre cargadas.
Tercera moraleja: No olvides tener velas, aunque sea de esas aromáticas que las mujeres regalan y que los hombres odiamos.
Cuarta moraleja: Comprar al menos una vez en la vida un bidón de agua mineral Benedictino y conservar el envase es una obligación.
Quinta moraleja: Una zanahoria puede ser una excelente cena con la motivación correcta.
Sexta moraleja: Veinte dólares compran mucho maní en Springfield, pero no en Concepción luego de un terremoto. Siempre ten dinero en efectivo en casa, porque sin luz no hay cajeros automáticos, la gente roba los cobradores de Redbanc y los vendedores de negocios de barrio suben los precios cada quince segundos.
Séptima moraleja: Un trozo de tela, aceite vegetal de cocina, una taza de té y un fósforo hacen una excelente lámpara de iluminación moderada, que además puede servir para calentar vienesas precocidas.
El lunes, nuevamente, despertamos con un temblor fuerte. Habituados, nos dispusimos a cocinar algo en una fogata improvisada en el estacionamiento del edificio. En las calles, los disturbios se mantenían pese al reciente toque de queda, y más tiendas eran incineradas ante la impotente mirada de vecinos, desde los movedizos pisos de sus edificios, sin luz ni agua.
Hombre Muerto Caminando
Hombre Muerto Caminando
Algunos acudían a las compañías de Bomberos a cargar sus celulares, pero las coberturas seguían inestables. A través de mi teléfono, seguíamos intercambiando mensajes de texto y llamadas breves con nuestras familias y algunos amigos, y durante la tarde la energía eléctrica volvió a nuestro edificio. El agua, horas más tarde, también volvió y pudimos ducharnos, además de rellenar los valiosísimos recipientes plásticos de siempre. Sin embargo, casi al caer la noche, y a minutos de comenzar el toque de queda, un número desconocido llama a mi celular; una prima me comunica que uno de mis tíos –hermano de mi padre- había muerto en Dichato, sepultado bajo los escombros de un restorán en la costanera. Al colgar, llamé a mi padre para contarle que su hermano había fallecido, y pronto comenzaron a preparar el viaje a Chillán, donde mi familia paterna reside, y donde comenzaría a ser velado apenas llegara su cadáver.
Pero, horas después, me llamaron para decirme que no estaba muerto. Al parecer, hubo un alcance de nombres con un difunto de Cobquecura, y ante la imposibilidad de comunicarse con él desde el sábado, sumado al hecho que nadie lo había visto desde entonces, y se sabía que visitaría a un amigo en la zona costera, su hijo asumió que había pasado a mejor vida. Tamaña sorpresa vivieron mi abuela y el resto de la familia, cuando mi tío, luego de conseguir quince litros de gasolina en Concepción, donde estaba la noche del terremoto, y viajar a Chillán el lunes en la tarde, entró a la casa de mi abuela y se encontró con arreglos florales y mensajes de pésame con su nombre. Incluso, el aviso de defunción fue publicado ayer en el obituario de algún diario de circulación nacional.
Después de dicha seguidilla de eventos bizarros, ya con luz eléctrica y agua, comenzamos a ordenar el departamento, a hacer aseo y regresar el espacio a su orden natural. Aspiré el suelo y recogí fragmentos de loza y vidrio, y luego vimos una película en el computador, bebiendo una Coca Cola que se sintió como ambrosía recorriendo nuestras venas y comiendo a duras penas un intento de pan amasado cocinado en microondas. Salí, entre las 2 y las 3 de la madrugada, a acompañar al conserje del edificio para vigilar el recinto de posibles ataques de vándalos y turbas iracundas. Estábamos en uno de los pocos edificios con servicios básicos restablecidos en el centro de Concepción, en medio de todos los disturbios remotamente imaginables; si bien estábamos en pleno toque de queda, eso no los detuvo en los días anteriores.
Al despuntar el alba, otro temblor fuerte despertó a los penquistas y el humo de la multitienda La Polar que había sido violentada en la tarde anterior ya se había disipado. Juntamos nuestras cosas y emprendimos un camino abominable por las calles de la ciudad, en dirección al terminal de buses, donde sabíamos que estaban saliendo vehículos con regularidad a Los Ángeles y Temuco. Pudimos observar, resguardados por militares casi en cada esquina, aquello que antes no nos habíamos atrevido a visitar; edificios arqueados, tiendas en ruinas, compañías de seguros que rogaban a sus trabajadores por medio de un aviso escrito con pulso nervioso que dejaran notas debajo de la puerta si estaban sanos y salvos, facultades incendiadas, barricadas en las calles del cerro La Virgen y filas enormes para comprar víveres en los pocos minimercados abiertos al público.
En cierto modo, sentí que estábamos haciendo trampa al salir de Concepción. Sin embargo, ya no había nada más allá para nosotros y Mauri estaba ansioso por reprogramar su vida luego de la catástrofe. Su hogar estaba allí, y el nuestro a varios kilómetros de distancia. Dejamos la ciudad y sorteamos todo tipo de escombros y baches en el camino hacia Los Ángeles, pero por suerte no tantos como para detener nuestro avance. Y entonces, aprendí la última moraleja, pero tal vez la más importante de nuestro breve pero intenso viaje al sur.
Octava moraleja: Tres nunca son multitud. Mientras dure el horror de un desastre natural, no te alejes de los otros.
Escriben
Wilmarth
Entradas de Wilmarth
Sweet Euphoria
Entradas de Sweet Euphoria
Nyarlathotep
Entradas de Nyarlathotep
Phynet
Entradas de Phynet
Penta
Entradas de Penta
Grafick
Entradas de Grafick
Luciora
Entradas de Luciora
Etiquetas
- Diario El Sur (13)
- reseña (10)
- cuentos (8)
- adaptaciones (7)
- comedia (7)
- opinión (6)
- videoclips (6)
- RPG (4)
- curiosidades (4)
- H.P. Lovecraft (2)
- Lamest Hits (2)
- concierto (2)
- ranking (2)
- Fantasía (1)
- Futbol (1)
- literatura (1)
- parodias (1)
Afines
Archivo
-
▼
2010
(36)
-
▼
marzo
(14)
- 5 Razones: ¿Podría Chile fracasar en el Mundial de...
- La Seducción de la Inocencia
- 5 Razones: Memes de Internet, Chuck Norris, la mal...
- Cien Canciones para Vivir una Vida
- La Búsqueda del Reloj de Plata (Segunda parte)
- La Búsqueda del Reloj de Plata (Primera parte)
- Otra "posible" Banda promesa, MGMT
- El “nuevo” boom del cine 3D (Parte I)
- Remezón a lo más profundo de nosotros...
- The Whisperer in Darkness da señales de vida
- La Juguera de las Vanidades
- Elemental Shaman Looking for Work (Parte IV)
- Dragon Age, la nueva mina de oro de BioWare
- La película ni se parecía al libro...
-
▼
marzo
(14)
-
►
2009
(48)
- ► septiembre (2)
11 comentarios
El lunes cuando ya estaba en Temuco, entré a las páginas de todos mis contactos en facebook, y al entrar a la tuya me di cuenta por algunos post escritos en tu muro, que te encontrabas en Concepción al momento de esta gran catástrofe. Me alegra mucho saber que tú, tu polola y tu amigo Mauri ya se encuentran bien.
Posted on miércoles, marzo 03, 2010
Largo, pero para nada aburrido...
Una interesante y un tanto parcial forma de ver el terremoto...
Lo que escribes está bien javier, es tu visión de como lo viviste...yo agregaría cosas y quizás sacaría otras...pero yo lo vi desde otro lado...
Un abrazo...
PD: Gran aporte, las moralejas
Posted on miércoles, marzo 03, 2010
Ufff... Has ganado una cantidad experiencia y bonificadores con tu viaje que nunca esperaste recibir y vivir. Y si nos ponemos a jugar con los supuestos la historia para los protagonistas habría cambiado completamente... de hecho yo tambien estuve a horas de vivir una posible tragedia si el terremoto hubiera esperado má horas para cambiar la geografía. Pero acá estamos... en fin, te quiero un montón.... SIEMPRE!
Posted on miércoles, marzo 03, 2010
N-O-T-A-B-L-E
Al fin una visión mas cercana de lo sucedido, que dentro de toda la gravedad de la tragedia, no cae presa del furor mediático.
Un abrazo caballero, y espero nos veamos tan pronto como la situación actual nos lo permite.
Se le quiere.
Posted on jueves, marzo 04, 2010
Ufff, mega aventura -involuntaria- que te mandaste.
Las moralejas me las salto, tuve una abuela catete que me las enseñó desde bien chica, por lo que amé nuestra radio a pilas mientras no había luz ni agua y agradecí que mi mamá llenara de agua cuanto recipiente se le cruzó cuando terminó de terremotear.
Bueno saber que estás bien, y que tu familia tiene la suerte de haber sufrido sólo un alcance de nombre y no una pérdida de uno de sus miembros
Un abrazo!
Posted on jueves, marzo 04, 2010
Terrible. Supongo que las cosas se viven por algúna razón desconocida. En cuanto al pillaje, siempre ha sucedido, siempre sucederá, sin importar cuan "culta" se crea la sociedad. Que en algunas puede ser en menor o mayor el grado de pillaje...puede, que lo haga el vecino rechoncho amistoso que te ayuda a subir la mudanza, sí, en realidad no se conoce bien a las personas...tendrían que tener una buena base familiar, de ética y morales; Luego del pillaje se evoluciona a las violaciones, robo de niños, y un sin fin...que no quiero pensar.
Sin embargo, que bueno que ya todos están bien.
Abrazo
Sofi
Posted on viernes, marzo 05, 2010
Es curioso terminar de leer al fin la narración de la historia de nuestros días. Si bien yo le pondría mis acotaciones en base a mi experiencia y a mis sentimientos en cuanto a lo que vivimos juntos, lo más importante es decir que tuvimos mucha suerte y un ángel que guió nuestras decisiones desde el momento en que llegamos a Concepción ese viernes 26 de febrero, porque probablemente de no ser así no estaríamos contando estos dichos por blog, sentados en nuestras casas, tomando un vaso de Coca-Cola, con la gracia de sentirse ya "seguros"... vaya, ahora cuánto aprecio esa palabra.
Un beso y un abrazo, Chinito.
Posted on sábado, marzo 06, 2010
Javier, me alegra que hayas sobrevivido a la catarsis sísmica. Me acorde de ti porque sabia que vivias en los angeles, fue, en parte, un alivio leer tu vivencia, me hizo recordar lo que pase en ese momento.
Un saludo y estare pendiente de tus publicaciones, que son bastante buenas =)
Romanette.
Posted on domingo, marzo 07, 2010
Comparto un comentario sobre el pillaje del sociólogo Fernando Villegas, en el weblog de La Tercera:
http://blog.latercera.com/blog/fvillegas/entry/la_pistola_al_cuello
Quienes saqueaban no eran todos flaites. Los vimos con nuestros ojos. Y ese es el peor horror que me llevo al alma de estos cuatro días; mucho más que el miedo a las réplicas, por supuesto.
Posted on lunes, marzo 08, 2010
Uta la otra vez publique una wea sobre esto y no salio. Ahora solo dire que la lleva mucho que el Austal de Temuco haya puesto parte de tu nota sin modificar y con la moraleja 8 en negrita xD
Posted on miércoles, marzo 10, 2010
Muy buena tu publicación wilmi, me parecio que todo lo que decias, mucha gente lo sentia, aunque no haya estado en concepción. Por otro lado me alegro que todo este bien para ti y para los que te rodean, y esperar que el pais se prepare mejor para algun evento como este en el futuro.
Atte
Taven
Posted on miércoles, marzo 10, 2010
Publicar un comentario