Hace un par de semanas me retiré al hogar, a la guarida de siempre. A repensar cosas, analizar objetivos, recargar energías. Tal vez no encontraría un trabajo tan rápido como pensaba, y mi entusiasmo inicial estaba fundado en una confianza en mí que posiblemente no tenía mucho sentido. Después de todo, ya tengo veintisiete años, y estoy buscando mi primer trabajo profesional. No es precisamente el sueño de todo empleador, y tampoco la imagen a la que aspiran los adolescentes de hoy. Estoy más cerca de los treinta que de los veinticinco (por más que me guste decir lo contrario), no tengo suculentas redes de contactos, y creo haberme saboteado más veces de las que cualquier reputación aguanta.
Pero entre los días de nervios por no conseguir entrevistas de trabajo, y hoy, ocurrió el terremoto. Justo en la breve escala que habíamos hecho en Concepción, y que aprovecharía para ir a probar suerte en el diario donde hice mi práctica -el único lugar donde al parecer realmente fui bueno en lo que hacía. Luego de cuatro días de supervivencia, y de defraudarme de la sociedad y de la solidaridad de los penquistas hasta el borde de la pena, salí de esa ciudad cuando pude, sin la posibilidad ni el interés de pensar en trabajar.
No quise ver televisión. Me rehusé a la chance de defraudarme todavía más de los medios de comunicación, de las instituciones públicas y de la mal llamada sociedad civil. Encerrado en casa, voluntariamente privado de todo contacto con amigos y distracciones, procuré recomponer el caos en mi mente. Continué mi aprendizaje en lenguajes web, en edición fotográfica y revisé viejos comics. Miré fotos antiguas, y desempolvé cuadernos de cosas que escribía en enseñanza media. Diez años atrás. A veces me dolía el pecho, como a los obesos mórbidos. Mi estado físico es pésimo, y no estaba haciendo nada por mejorarlo. Ni pensaba hacerlo.
Me repetía que lo urgente era volver a la normalidad. Pero no sabía cuál era mi estado normal. No existe la palanca en neutro cuando no hay forma de retomar tu pasado, y no tienes futuro al que regresar. Eres parte de un limbo, laboral, físico y emocional, en que nada parece real y los días importan poco.
Entonces, escuchando cassettes que grababa de la radio en 1997, encontré un trozo de un programa de la Vía Libre. De esos que ya no conviene recordar ni mencionar, por temor a sentirse como tus padres cuando los visitan sus amigos. Y entre diálogos rítmicos y sensuales de una voz femenina otrora celebridad en esta ciudad que cada día va más para atrás, me topé con "Teen Age Riot" de Sonic Youth. Debo haberla oído unas veinte veces, rebobinando el cassette con el dedo, afirmado en la pared de mi pieza, de pronto sacudida por las réplicas. Hasta que corrí al computador, y busqué la canción en YouTube.
Pinché el primer video en alta definición que encontré. Era una presentación en vivo en el show de Jools Holland, en 2009. Lo retrocedí decenas de veces; me resultaba imposible concentrarme en la música al seguir los movimientos de Lee Ranaldo o Kim Gordon, o al reconocer la postura inigualable de Thruston Moore al final de la última línea de la primera parte de la canción, antes de empezar su clásico riff que lleva a la guitarra melódica que acompaña la voz de Moore en el resto del tema. Y, de pronto, pensé en lo bien que se veían, pese a bordear los sesenta años.
En Chile, Moore se lanzó al público, furioso por una falla de sonido en "100%". Gordon se veía preciosa, con un vestido que dejaba ver totalmente sus míticas piernas demasiado prendidas para este mundo, Ranaldo parecía de otro planeta y Shelley drenaba la energía del universo.
De pronto, sentirme viejo parecía una idiotez. Un pensamiento absurdo, injusto y ridículo, repudiable y malsano. Muchas bandas que oía en mi adolescencia y que el tiempo había dividido están reuniéndose, y yo lamentándome como un mediocre por mi falta de logros realmente significativos a mi edad. Y pensé en mucha gente. En esos que esperan cuarenta años por un día de lo que realmente desean, en quienes trabajan en algo que detestan con el fin de financiar su verdadera pasión, y en todos aquellos que con paciencia enfrentan el destino y procuran dar vueltas a la tuerca cada vez que pueden.
Había sobrevivido a uno de los peores desastres naturales de la historia contemporánea, mientras otros perdieron sus casas, o dejaron este mundo. Familias se buscaban sin descanso por las ciudades costeras de la séptima región mientras yo creía que tal vez no tengo lo que se necesita, y lo que había pensado era sólo el optimismo hablando por su cuenta. Thurston Moore rompía guitarras y Robert Smith se fumaba un caño mientras me preocupaba por no lograr mi destino demasiado rápido.
Así que decidí que todo tiene su tiempo, y que si bien no se debe dejar de buscar la oportunidad de saltar al ruedo, es mejor hacerlo mientras se gana dinero. Estoy mejor que nunca, cargado de esa rabia buena, la que te hace querer patear un amplificador o guitar en un campo. Y tengo todo el tiempo del mundo para demostrar que no hay ninguna mierda que demostrar, sólo hacer, y hacerlo mejor que todos.
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1 Comment
FRACKKKK YEAH!!!!!!!!!!
Posted on viernes, marzo 12, 2010
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