Muchos siglos sin escribir algo por aquí, o por allá. Los espacios se han ido cerrando a medida que hay poco que decir, o que no había ganas de contar. Durante cierto período, he de confesar, fue un poco de ambos.
Pero aquí estoy de nuevo, con ropas de periodista, rodeado de gente postergada y de cosas que muchos quieren decir, y que debo seleccionar. Es frustrante no poder decir todo lo que siento que debe decirse. Tal vez por eso inicio esta nota, por la necesidad de expresar más de lo que pasa la edición del matutino.
Y no son sólo problemas de la gente lo que denuncio a día. Son también mis propios enfoques sobre los conflictos de la sociedad. Cuando escribes una nota, es inevitable mirarte al espejo, y enfrentar qué tanto sabes sobre el resto, o cuánto los miras día a día. Hasta en la isla de Lost hay que estar con el ojo puesto en los que te rodean. Imaginen una ciudad con cientos de miles de habitantes, o peor aún, una oficina de redacción con más de diez periodistas entrenados para observarte de pies a cabeza (porque a veces tu calzado dice más que tu sonrisa).
No he entrado aún en el conflicto del trabajo y cómo aquello choca con las aspiraciones simples pero honestas que uno cultiva desde niño. Evidentemente, he ido cambiando muchas percepciones, creencias y prejuicios, y la verdad es tan relativa como la fuente que la otorga; sin embargo, hay cosas que uno se esfuerza en mantener. Mirar el mundo laboral desde lejos, incluso cuando estás adentro, es una de ellas. Pasa poco tiempo, lamentablemente, hasta que sientes la presión de transar hasta esa inocua esperanza. "El grado de compromiso con la empresa", le llaman algunos. Aparentemente, tu trabajo no es de calidad mientras ellos no son capaces de poner su firma en tus ancas.
Ese es el momento que pocos aprovechan para huir. Cuando dejas de ganar cosas para ti, y empiezas a ganar cosas para "ellos". Yo, no obstante, tomo mis cosas y me largo. Siempre lo he hecho. Si me gustase dar hasta que duela, tendría una huincha blanca alrededor de mi cuello, y no una camisa con el botón abierto. O en el caso de cierto amigo, una polera negra genérica.
Una vez, me dijeron que hay que quedarse en los trabajos hasta que les sacas todo lo que puedes obtener de ellos, y despúes debes buscar otro peldaño de tu proyecto de vida. No tengo idea qué pretendo hacer en el futuro, ni cuánta plata necesito para realizar sueños que nunca he tenido.
Y debe ser que esa empresa me parece, y nótese lo curioso, menos compleja que la mía.
A veces, dicen que uno se equivoca rotundamente siendo como es. Da lo mismo, al fin y al cabo, porque por más que quieras no puedes ser de otra forma y sentirte cómodo, y lo malo y lo bueno depende del juez y la perspectiva con que se mire.
Es así como llego al punto clave de esta nota; como decía Mulder, "la verdad está allá afuera", y mientras descubro cómo hacer proyectos de vida sin volverse esclavo de un sistema, pues asumiré que nadie tiene razón y que equivocarse en el trabajo, el amor y la amistad, es nuestro estado natural. Nunca haremos las cosas lo suficientemente bien como para no tener que mejorarlas.
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