No a todos les gustan los días nublados, pero a mí sí. Tienen ese no sé qué en su olor, y los tonos del cielo hacen un gran coro de voces a las hojas otoñales que caen a mis pies. Es como esos conciertos de Navidad que aunque uno haya dejado de creer hace tiempo en el Viejo Pascuero, le parecen mágicos toda la vida.
Normalmente tomo mi discman y salgo a caminar mirando cualquier cosa y a la vez nada, pero hoy quise hacer algo diferente. Empecé a repetir en mi cabeza diálogos en inglés, de películas y canciones, y salí de mi casa balbuceándolas sin miedo al ridículo. A la mierda el prejuicio, soy impulsivo y qué. Después de unos cuantos minutos, me sentí tan aliviado como cuando uno toma un vaso de cerveza después de varios meses de abstinencia. Le fui fiel a mis instintos, y a pesar de las miradas un tanto escépticas (que no fueron pocas), superé esa timidez absurda del ignorante y esbocé una gran sonrisa.
Recuerdo haber cruzado la calle de un lado a otro unas cuantas veces. Estaba en una especie de trance o borrachera espiritual, contando ovejas verde limón mientras recitaba en voz alta y modulada un verso rockero que recordé abruptamente. Tan relajante fue ese ejercicio de sacar las cosas que uno tiene en la cabeza, que quise probar algo más insólito aún...
Busqué, entre las villas prefabricadas de este sector urbanista y urbanizado donde vivo, una plaza, de esas donde jugaba cuando niño. Con algún asiento de piedra, uno que otro árbol con notorios ganchos donde colgarse y abundante follaje para esconderse de la rabiosa mamá. Cuando finalmente, después de mucho andar, logré dar con uno de esos lugares, lo encontré ocupado por un amenazante grupo de tipos más jóvenes que yo, de aspecto bastante maltrecho y evidentemente drogados. Confieso que sentí algo de miedo, pero me dije con fuerza “A la mierda”, y me trepé en un árbol antiguo que se emplazaba en un costado del área verde.
Al llegar a la frondosa copa, rasmillado y maravillado, pude contemplar el atardecer de un día gris. Gatillé en mi conciencia tantos recuerdos infantiles y otros no tan lejanos que me sentí repentinamente abrumado y agitado, al borde de una catarsis gritona y escandalosa. Tomé en mis manos mi cámara digital, y sólo pensé en obtener esa toma perfecta, la que nunca quise ni pude capturar cuando chico. Ahora asumo la realidad; vivo tan a prisa y a tal intensidad a esta edad que si no le robo el alma a la Naturaleza con una foto, corro el severo riesgo de olvidarla.
Pero bueno, las aventuras mágicas se quedan en la infancia, y el mundo real es mucho más sarcástico de lo que puede parecer en un arranque de sincera felicidad. Desde el suelo, el grupo de sujetos de mal aspecto tiraron de mis piernas y me robaron todo lo que llevaba puesto y guardado. ¡Sin embargo!... incluso sentado en pantalones y polera, con moretones en los muslos y la cara ensangrentada, pude ver el cielo gris y maravillarme con su esencia envolvente. Estallando en una gran y sonora carcajada, volví a mi casa cojeando, tratando de recordar si el sol estaba saliendo o poniéndose en el horizonte...
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1 Comment
One of the best
Posted on sábado, febrero 13, 2010
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