Es miércoles otra vez. No me gustan los miércoles. Rara vez logran estar realmente al medio de la semana, siempre es un poco antes para esto, o un poco después para aquello. Aunque, si soy honesto, no hago muchas cosas en la semana.
Desempaño el vidrio de mi ventana con la mano, tal como Camila me ha dicho cientos de veces que no lo haga. En mi pasado cumpleaños, me regaló un paño de tela, de esos naranjos, e hizo en un trozo de madeza una especie de colgador rudimentario donde reposa. Creo que pocas veces lo he usado, pero es un regalo de Camila.
Recuerdo que en ese mismo cumpleaños, Roberto me compró un aparato de VHS, en una feria de cosas usadas. Nos sentamos los tres a revisar cosas que Camila tenía entre sus cajas que nunca desempacó cuando nos mudamos a este departamento. Videoclips viejos, trozos de programas de televisión, nada muy coherente o que tuviera un comienzo y un fin, pero de todos modos nos reímos y lo disfrutamos. Además, compramos limones y ella preparó pisco sour. Supongo que eso ayudó a minimizar el impacto de que era mi cumpleaños número 30, sigo en esta ciudad y no he logrado mucho desde que llegué acá.
No es que extrañe el sur, solamente pienso en lo que quedó atrás... frecuentemente. Aprecio estar con Roberto y Camila, amigos que nunca pensé que tendría, pero sin duda me gustaba no preocuparme todos los días por lo que voy a comer, cómo lo haremos para pagar el arriendo si Camila no encuentra trabajo, juntar el dinero para el arreglo del auto de Roberto, en el que todos viajamos, y buscar un sentido de vida en esta enorme ciudad.
De todos modos, lo pasamos bien con poco. Vemos películas que bajamos de internet, nos entretenemos con juegos de mesa y ron, o conversamos de cualquier cosa hasta altas horas de la madrugada. Y no es que no tengamos nada más que hacer. Al menos Roberto tiene una polola a la que frecuenta (aunque estoy seguro que ella lo engaña, ya que pasan semanas en que simplemente le corta el teléfono cuando él la llama), y Camila siempre ha vivido en esta ciudad y conoce a mucha gente, pero se queja que todos le avisan a última hora de las cosas que hacen, y gasta mucho dinero yendo a juntarse con ellos, ordenando los tragos carísimos que ellos consumen, está aburrida de pedir agua con hielo y aguantar la cara de desprecio de los meseros, o tener que recorrer inmensas cuadras a pie para tomar el bus que la deja cerca del departamento, al regresar.
Ayer venció la cuenta de la luz. Lo supe, porque cuando llegué del trabajo, Camila estaba sentada en la silla coja, balancéandose como niña mientras miraba por la ventana a los hijos de los vecinos jugar en el parque. Siempre hace eso, con ojos de melancolía que dan la impresión de que estuviera sumergida en un mundo paralelo mucho más oscuro que el que vivimos. O tal vez, no.
- ¿Qué pasó, Cami? -pregunté, de forma idiota. Detesto hacer preguntas cuya respuesta ya conozco, pero a veces no sé de qué otra forma romper el hielo.
- Otra cuenta vencida. Ya van dos este mes. Cerramos nuestras tarjetas de crédito, las de las tiendas, compramos un pedido miserable, ya no comemos pan, desenchufamos todo cuando salimos, y las cuentas no bajan.
- Es el precio de la libertad, supongo.
- Yo no me siento libre así. De hecho, estoy amarrada a este departamento, porque no tengo plata para hacer nada más. Juego con los niños y pinto. Soy un asco pintando.
- Sí, eso es cierto. Pero si te entretiene, ¿por qué vas a dejar de hacerlo?
Mala elección de frase para subir el ánimo. Intento una sonrisa, pero ya pasó el punto en que nada de lo que diga o haga va a sacarla de su pozo. Sería peor, eso sí, irme a mi pieza o cortar la conversación. Así que suspiro y la dejo seguir.
- Tengo treinta y dos años, y juego a la pelota con niños de nueve. Todos los días. Me ofrezco a cargar las bolsas de las señoras más viejitas y a ayudarlas a barrer sus departamentos. Me cuentan de sus vidas, de cómo llegaron alguna vez a la cima, y ahora, bueno, están solas y tienen nada más que sus recuerdos. Pero buenos recuerdos. ¿Qué tenemos nosotros? Hace cinco años que estamos aquí, y no hemos logrado nada.
- Eso no es tan cierto - replico, sólo por interrumpir su apocalíptico discurso. Hemos tenido buenos años, Roberto, tú y yo. Nos entretenemos con poco, y nunca falta algo que conversar. Es mejor, creo yo, que tener harta plata y vicios que sostener que te alejan de la sociedad y de ti mismo.
- Tú no tienes ambición, y eso a veces me irrita. Si fuera por ti, viviríamos toda la vida así, en tu paraíso de amistad y pobreza. Algunos queremos mucho más que eso.
- Si tuvieras más, me refiero a plata, ¿cruzarías esa puerta y no volverías aquí nunca más? Porque si ambicionas algo tan distinto, pues un golpe de suerte es lo que necesitas.
- No seas exagerado; sí, me gustaría tener más plata, un trabajo, sentirme útil y digna. Estudié mucho, y no quiero pasar mis tardes enseñándole a bordar a las niñitas de la vecina del 106.
Ya no sé qué decirle. Siempre que surge esta discusión no termino sintiéndome muy bien. A Camila no le importa, porque todos sabemos que si bien ella nos quiere y disfruta estar con nosotros, apenas su vida de un giro mejor, dejará este lugar sin siquiera despedirse. Por eso con Roberto tratamos de no aferrarnos mucho a su presencia, pero es inevitable. Su risa llena todos los espacios, siempre tiene ideas locas sobre el mundo que nosotros, quienes ya no tenemos imaginación, nunca podríamos concebir.
Las buenas noticias, si bien no vuelan tan rápido como las malas, de todas formas te toman por sorpresa. Hoy Camila no estaba en el departamento cuando llegué, y cuando nos preocupamos de que no llegara en tantas horas, y Roberto la llamó a su celular, y no contestó, supimos que su suerte finalmente le sonrió. No avisó ni dejó una nota, tal como sabíamos que ocurriría.
De vez en cuando, Roberto intenta llamarla, pero seguramente ya no usa ese teléfono. Cuando los vecinos preguntan por ella, les decimos que se fue porque encontró un buen trabajo. Y, en un par de semanas, la trigueña se convirtió en la hija ilustre de este pobre vecindario, en aquella que representa a la clase trabajadora, la que partió desde abajo, y en quien se depositan las esperanzas de toda esta gente que ha perdido la fe en ellos y en nosotros. Con Roberto jamás seremos capaces de decirles que ella nunca fue ni será así, y que simplemente huyó de aquí porque detestaba estar en el peldaño sucio de esta ciudad.
Ahora, seguramente la encontraremos en altas esferas de poder, de donde surgió. Roberto siempre dice que la fronda siempre tiende a aglutinarse cuando la plebe ocupa sus espacios. Y desde la unidad por interés, comienzan a empujar al resto hasta botarlos al río.
Yo... pues simplemente seguiré haciendo lo que debo hacer. El Holandés vendrá esta noche a mostrarnos algunos diseños que hizo para el proyecto de esta semana. Tal vez, es el ciclo de la vida. Soy demasiado ignorante y pequeño para pretender tener la razón, sobre lo que sea. Pero si Camila aparece en el futuro en algún espacio que tengamos que reducir a cenizas, pues se hará lo que las circunstancias requieran. Vivimos en una ciudad corroída por la mierda desde sus entrañas, y el poder nunca es impuesto desde el analfabetismo ni las demandas sociales. El viernes caerán algunos, y se alzarán otros, en el mismo esquema de poder que data desde las décadas primigenias de este país.
Vivimos con el enemigo, y aprendimos cómo piensa y construye sociedad el aristócrata. No somos asesinos a sangre fría, ni rematamos por la espalda. Miramos al opresor de frente, porque queremos que recuerden que no puedes mantener un puño de hierro cerrado por siempre y pretender que los calambres no tumbarán tu antebrazo. No puedes comprar con pan y circo a aquellos que ya no creen en ti. Queremos que recuerden, que sepan que en cualquier momento estaremos al borde de su cama, y no verán la próxima mañana.
Esta ciudad ya estaba muerta cuando llegamos a conocer la profundidad de su corrupción y el hedor infame de los opulentos y de los brutos opositores de las masas más desposeídas. Es un campo de batalla lleno de obscecados terratenientes y soldados alcohólicos y libidinosos. La mugre está impregnada en todos nosotros y por más que nos quedemos bajo el chorro de agua, seguiremos sucios, respirando perversión y perdidos en rutinas agobiantes.
Maldita sea, sí extraño el sur.
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1 Comment
Yo también extraño el sur, puede ser que no precisamente ese sur del cual aquí hablas, sino ese que yo recuerdo... me gustó esta parte, me hizo sentirme identificada en parte con un sentimiento que no sé cómo explicar.
Un beso, Chinito.
Posted on jueves, marzo 25, 2010
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