
Ahora, hay mucho más sol. La gente usa aquello como pretexto para salir de aquí. Quienes antes caminaban por todos estos recovecos con nada más que una mochila al hombro ahora saltan a través del tiempo, y la tecnología absorbió la magia de un sitio que no supo permanecer incólume. O que no supimos resguardar.
Podías caminar frente a edificios que se alzaban dignos ante el paso del tiempo y admirar casas de los más diversos estilos. Nada podía detenerte, el cansancio no existía y, como en las grandes historias, a tu solitario andar se sumaban personas desconocidas que luego no lo eran tanto. Lo único que todos tenían en común era recorrer las calles de esta ciudad, y sentir en el rostro el viento helado de los vórtices dimensionales que estaban en cada esquina, por todos sitios.
Seguramente, en algún lugar de esta dimensión paralela, todo aquello perdura, de formas que ya no logro ver ni comprender. Pocos caminan por las nuevas baldosas. Las noches ya no son eternas, ni hay rincones atractivos para excursionar. Todo es un gran cubo y hemos estado en todas sus aristas y vértices.
Además, no me gusta el sol.
Como en todo conflicto, los grandes eventos que definen los senderos del tiempo y el espacio no son sincronías en estado puro. Tenemos que estabilizarlas y darles soporte. La época de las sincronías espontáneas y fortuitas se difumina en recuerdos que tienen parte de real y otra gran porción de vacíos que no se pueden llenar.
Por eso, es mejor cruzar el portal una vez que lo encuentras. No hay mucho más que hacer -ni que soñar- en la ciudad que ya no es gris y donde los pastos ya no son tan verdes como aquellos en los que te recuestas en tu mente.
Suerte a todos encontrando sus dimensiones paralelas.
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