Quinta parte de la crónica de un periodista jugador de World of Wacraft en su camino hacia el primer trabajo profesional en la gran capital.
Una vez, me dijeron que el mundo del trabajo es impredecible. Que uno podía estar seguro de algo, y que al final resultaba de la forma más impensada.
Una vez, me dijeron que el mundo del trabajo es impredecible. Que uno podía estar seguro de algo, y que al final resultaba de la forma más impensada.
Me gusta creer que todo puede funcionar como en World of Warcraft: partes con un personaje de nivel bajo, el cual es igual a todos los otros de su precario nivel, indiferenciado, sin algo que lo haga brillar entre la masa. Luego de ganar algo de experiencia derrotando jabalíes y criaturas sin inteligencia, ya puedes ingresar a una guild, o agrupación de jugadores con intereses similares. Se asume que, dado tu nivel de avance, ya sabes controlar lo más básico de tu personaje.
Más adelante, puedes aprender especializaciones, profesiones que te permiten ganar dinero y producir elementos que puedes comercializar con otros, o transar en trueque. Además, ya sabes mucho más sobre tu personaje, y la suma del dinero que ganas más tu acceso a desafíos más complejos (que te otorga premios mucho más suculentos) te permite vestir a tu cazador, shaman, mago, druida, etc., con las mejores ropas, los más caros artefactos y joyas y, sobre todo, hacerte cada vez más famoso entre los jugadores de tu servidor.
Y, si eso fuera poco, cuando alcanzas el máximo nivel, y dominas por completo a tu personaje, te aburres y creas otro, y sigues ese camino de infinita evolución hasta que World of Warcraft consuma tu vida por completo, o se te funda el PC.
En la realidad, es un poco así. Pero algo más random. Cuando egresas de tu carrera, eres igual de estándar que todos tus compañeros. Entonces, empiezas a agregar a tu currículum todas esas cosas que hiciste durante la vida y que, piensas, pueden ayudarte en los primeros niveles. Si fuiste inquieto y creativo, y con un poco de suerte, tal vez entres a tu primer trabajo, que como en WoW, es una guild pequeña, más de amigos que espiritualmente competitiva. Probablemente, si se lanzara al mercado contra los más grandes, rebotaría de cabeza.
Desde allí, uno puede elegir estar en esa guild por algún tiempo más -con los amigos- o moverse hacia una más grande y comprometida, pero también mucho más impersonal y demandante. Y es cada vez menos un juego, y más un trabajo.
Lo curioso de la cesantía (o ese estado amorfo "en busca del primer empleo" que las autoridades tanto disfrutan diferenciar) es que te da mucho tiempo para pensar en qué guild te gustaría estar. Cuando jugaba WoW, estaba en una que rendía bastante bien, aunque tenía altibajos. Pasaba por rachas increíbles y exitosas, y por períodos oscuros de fracaso y falta de gente para completar los objetivos; sin embargo, siempre lo pasábamos bien y bromeábamos todos los días. Decidí, luego del terremoto y de mis forzadas vacaciones en el sur, que quería estar en algún lugar así: que con la gente correcta, rindiera muchísimo, sin perder el buen humor ni la amistad entre sus miembros.
Pero postulé a un trabajo en otra ciudad, y me llamaron casi de inmediato. Viajé a una entrevista sicológica, y tras escasos días a una reunión con la gente de la empresa. Resultó ser un periódico, y buscaban a alguien dispuesto a raidear muchas horas al día y rendir como el mejor. Y, porque las cosas nunca pasan de forma simple, también salió una oportunidad en Santiago, en un lugar tal como lo que yo buscaba: una guild buena, con buen ambiente, aspiraciones altas pero sin egos torcidos y mala leche.
Entonces, la decisión era sencilla, pero la circunstancia, inusual. Un shaman elemental de nivel aún emergente, luchando por hacerse un nombre en este gran servidor llamado Chile, de latencias horrendas cortesía de nuestros todavía peores proveedores de internet, entre legiones de otros shamanes que tuvieron las mismas oportunidades de equiparse y entrenarse que yo tuve. Aquí es cuando prima ese concepto algo abstracto y que pocos pueden definir bien: skill.
Para un jugador de WoW, tener skill es una mezcla de disciplina, talento natural y atención al entorno. Tal como en un trabajo "normal". No sirve de mucho llegar temprano y vestir bien si uno no sabe hacer las cosas, o no las hace rápido. Hay que moverse del fuego, y no pararse frente al enemigo. Un sólo golpe podría mandarte al cementerio, y causar que todos tus compañeros mueran en la pelea. Hay que ser cuidadoso, no tomar riesgos innecesarios, pero sí ser creativo y valiente.
Supongo que eso vieron en mí, porque me ofrecieron el trabajo. El de la otra ciudad, no el de Santiago. Y cuando uno tiene la mente fija en un objetivo, no te sirve entrar a una guild con objetivos distintos; en ocasiones, es mejor jugar solo, y hacer nuestro nombre famoso en forma mercenaria o, como se le llama en WoW, en pugs.
Decidí declinar la oferta, decir no a la benevolencia del destino, y seguí buscando. Mejorando mi dps y haciendo raids con algunos conocidos de vez en cuando. Ya no estoy presionado. Cuando llegue el giro argumental más extraño que pueda documentar -y sé que ocurrirá, porque cuando uno decide tomar las cosas con calma siempre todo se pone insano-, seguramente estaré preparado. Eso creo.
Supongo que eso vieron en mí, porque me ofrecieron el trabajo. El de la otra ciudad, no el de Santiago. Y cuando uno tiene la mente fija en un objetivo, no te sirve entrar a una guild con objetivos distintos; en ocasiones, es mejor jugar solo, y hacer nuestro nombre famoso en forma mercenaria o, como se le llama en WoW, en pugs.
Decidí declinar la oferta, decir no a la benevolencia del destino, y seguí buscando. Mejorando mi dps y haciendo raids con algunos conocidos de vez en cuando. Ya no estoy presionado. Cuando llegue el giro argumental más extraño que pueda documentar -y sé que ocurrirá, porque cuando uno decide tomar las cosas con calma siempre todo se pone insano-, seguramente estaré preparado. Eso creo.
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