Claudia se sumerge en una inesperada situación en las viejas calles de la "ciudad muerta". La delincuencia gobierna con puño de acero, pero no todos están dispuestos a acogerse a su forzada "protección".
Claudia suele pensar muchas cosas a la vez. Algunas, se las dice la voz buena, la blanca y pura. Esa que todavía cree en ella, y piensa que la joven periodista tiene mucho potencial por desarrollar. Sin embargo, generalmente la mayor cantidad de susurros los recibe de la otra voz. De la pequeña mujercita gris que le recuerda constantemente a su padre gritándole que ella no se parece en nada a él porque no tiene lo que se necesita para triunfar en la vida, a su primer novio abandonándola por un compañero del equipo de hockey, o al periodista del cubículo contiguo que decía a otros en la hora de almuerzo que ella no es fea, pero al lado de otras compañeras se ve horrible. Entre una voz y otra, sólo hay una redonda y colorinche pastilla de diferencia.
Claudia suele pensar muchas cosas a la vez. Algunas, se las dice la voz buena, la blanca y pura. Esa que todavía cree en ella, y piensa que la joven periodista tiene mucho potencial por desarrollar. Sin embargo, generalmente la mayor cantidad de susurros los recibe de la otra voz. De la pequeña mujercita gris que le recuerda constantemente a su padre gritándole que ella no se parece en nada a él porque no tiene lo que se necesita para triunfar en la vida, a su primer novio abandonándola por un compañero del equipo de hockey, o al periodista del cubículo contiguo que decía a otros en la hora de almuerzo que ella no es fea, pero al lado de otras compañeras se ve horrible. Entre una voz y otra, sólo hay una redonda y colorinche pastilla de diferencia.
Pero Claudia no ha ingerido píldoras en más de un día, y todos los pensamientos se agolpan en su cabeza con fuerza ensordecedora. No tiene claro qué hacer con la asustada mujer que yace en su colchón, intentando conciliar el sueño; si estuviera dopada probablemente sería incapaz de encontrar una solución a tan inesperada situación. Procura usar una lógica sencilla. La rubia víctima es joven, se ve enferma y probablemente ha sido violada, así que lo más sensato es llevarla a un hospital. A duras penas, la carga hasta su automóvil y conduce hasta el centro asistencial más cercano, mascullando improperios dirigidos sin filtro ni cortesía a los recuerdos más hostiles que azotan su mente, especialmente cuando está más estresada. Memorias de cuando saltó de un cuarto piso a la calle y rebotó en el tendido eléctrico cayendo sobre el techo de un vehículo, quebrándose apenas la pierna derecha; o de cuando besó en la boca a su vecina de infancia Danielle porque quería sentirse querida, y la chica, indignada, la negó como amiga para siempre y le deseó una vida miserable e infeliz.
Un paramédico se lleva a la muchacha desconocida en una camilla al interior del hospital, y Claudia enciende un cigarrillo. Sus botines de taco grueso resuenan en las frías baldosas de la entrada de urgencias, mientras murmura palabras ofensivas e insultos a sí misma. Un joven la mira, con timidez y vergüenza, pero ella no lo nota.
Marcus aguarda su turno para ser atentido en el hospital, pero no ha sido autorizado para permanecer dentro de la sala de espera. Tiene varios cortes en el brazo izquierdo, producto de un desafortunado encuentro con ciudadanos descontentos por razones que sólo ellos conocen. Lamentablemente, está lejos de su barrio y aquí no es bienvenido. Nadie de su clase lo es.
La pálida Claudia no da más, y lanza con fuerza una pastilla a su paladar. Necesita estar en paz, o de lo contrario estallará en llanto. En eso, repara en un delgado joven de cabello negro, facciones irregulares y lánguidas, ojos oscuros de color imposible de determinar, y expresión de dolor y congoja. Él la mira de forma que Claudia sólo puede interpretar como una mezcla entre miedo y respeto.
- ¿Qué te pasa, por qué me miras? ¿Te conozco acaso? -pregunta, secamente, al muchacho. Él no responde, y retrocede algunos pasos, bajando la vista.
Entendiendo que está en una zona donde corre más peligro esperando que alguien cure sus heridas que caminando de regreso a casa, Marcus se aleja del hospital. Seguramente esa mujer con mirada hostil iba a montar un escándalo y nada bueno podría salir de eso. Cruza la Sexta avenida, y enfila hacia el sector industrial, donde tiene su tienda de música. Una pareja discute mientras carga electrodomésticos en un automóvil; luego de tantos años, el ensangrentado Marcus ya no cuestiona la lógica de tales eventos, que ya no son azar en una ciudad que lleva décadas cayéndose a pedazos, sin que un desastre natural limpie la podredumbre o termine de derrumbar lo que amenaza con irse abajo. Al menos, así piensa el chico.
La novata periodista debe firmar algunos documentos. En el sector céntrico, nadie se hace responsable por la gente de la periferia, a menos que una persona de reputación respetable certifique que el desafortunado enfermo es un pariente, o al menos está a su cargo.
No la ha sacado tan mal. Podría haber sido violada por esos hombres si no bajo a tiempo y les lanzo la lámpara. Un ojo morado se recupera rápido, y se puede vivir con los fantasmas de una agresión. Eso lo sé muy bien. Le pregunto su nombre, pero no me contesta. Trata de no mirarme a la cara, tal vez avergonzada de lo que le pasó. Le explico que no tenga miedo, que soy periodista y no me sorprendo fácil por las cosas. Pongo música para que entre en confianza y me diga su nombre, pero todo lo que consigo es un escueto "Martina". Tiene acento extranjero, y a juzgar por el sector donde la encontré y su vestimenta, deduzco que podría ser una prostituta; sin embargo, se ve demasiado joven. Esto me enferma.
Atender sus propias heridas es algo que Marcus sabe hacer bien. No duda en coser los cortes con precisión, vaciando un poco de vodka en su brazo y bebiendo otro poco. La noche es fría, y ha perdido bastante sangre. Amelia lo mira atentamente, nerviosa. Lo suyo no es la enfermería, sino las letras. Sin embargo, no puede negar su ayuda a la única persona que siempre ha estado ahí para auxiliarla.
- ¿Cómo te pasó esto, Marcus? -pregunta la joven, arreglando su ondulado cabello con la mano izquierda y sentándose en la cama donde el chico ha improvisado un botiquín sobre las sábanas.
- Ya te lo dije. Iba a buscar algunas cosas a la oficina de correos. Sabes cómo es la gente en estos días. Las elecciones están cerca.
- Algo más debes haber hecho para provocarlos. Me cuesta creer que simplemente te atacaron porque te vieron pasar por ahí.
- Entonces tienes que salir más a la calle. Para ser antropóloga, estás bastante desconectada de lo que pasa en esta ciudad.
- No cuestiones mi conocimiento. Es sólo que me cuesta creerlo.
Marcus cierra su última herida, y mira a Amelia a los ojos. Pasan varios segundos, y mientras se levanta de la cama y toma su chaqueta de tela y la coloca con dificultad sobre sus hombros, murmura a la chica:
- Siempre has tenido problemas para ver lo que está frente a tus ojos. Por eso no somos amigos, y nunca lo seremos; eres demasiado confiada.
- Marcus, tú eres mi amigo. Eres uno de mis más antiguos amigos, no entiendo la razón por la que te empeñas en decir lo contrario.
- Tú crees que tienes una deuda conmigo, y no necesito tu caridad. Eso no es amistad, y tú no me conoces. Gracias por dejarme pasar, de todos modos.
- Ni lo menciones.
- Cuídate, Amelia. Las cosas van a ponerse feas muy pronto. Tal vez deberías volver al barrio.
- ¿Y tú qué harás? No pretenderás mantener abierta tu tienda de discos mientras la gente se dispara en las calles. Además, ya nadie compra música en estos días, todo se baja de internet.
- Aún hay clientes. Estás llena de prejuicios.
Tiene razón. No nos parecemos, y no lo conozco. Lo vi crecer en las calles de mi barrio, siempre entre chatarras, aprendiendo a reparar automóviles y cosas eléctricas mirando a los viejos mecánicos del distrito industrial. Le decían "el chico de la basura". Cuando recién había llegado al barrio, pensaba que era porque siempre estaba escarbando entre los artefactos desechados por las familias, buscando piezas para sus juguetes y otras cosas que hacía sentado en las aceras; pronto supe que le llamaban así porque unos mecánicos lo encontraron en un contenedor de basura. Tenía dos meses de vida, y lo había abandonado un borracho aristócrata que le había dejado como única herencia un par de golpes en la cabeza que lo privaron para siempre de la audición de su oído derecho. Se cuenta que lo crió una mujer que había perdido a su familia en uno de los atentados al edificio de Comercio y que con el tiempo enloqueció y trató de matarlo.
Desde entonces se le ve en las calles; todos sabemos quién es, pero no recuerdo a alguien que efectivamente haya conversado con él. Cuando cruzamos nuestros caminos, en la universidad, viajábamos juntos en el metro. Yo pensaba que le gustaba, pero a él sólo le interesaba la música. Bueno, la música y las máquinas. Decía que mi pelo era rockero, y que el cabello ondulado había sido una marca de talento en la década de 1970. Heredó una tienda de música de un viejo comerciante melómano que le había tomado cariño, pues Marcus siempre iba a visitarlo.
No lo conozco. Marcus Percy no es su verdadero nombre; los mecánicos lo llamaron así por razones que nadie sabe. Sin embargo, lo quiero. Es mi amigo. Y él sabe que mi interés por él es genuino, pero cree que lo veo como una curiosidad. Probablemente es verdad. Marcus y yo somos muy diferentes. Pero es mi amigo y no dejaré que piense lo contrario, aunque tenga que ser odiosamente insistente.
Amelia alcanza a Marcus en la calle, y lo toma del brazo que no tiene lesionado.
- Hoy te vas a quedar en mi casa. Y todos los días que quieras, mientras quieras. Es también tu casa, si así lo deseas.
- Gracias.
- ¿No vas a pelear conmigo? Creo que nunca antes habías aceptado una oferta mía tan rápido.
- Hace frío. Soy orgulloso, pero no idiota.
Claudia y la silente Martina se bajan del coupé de la nerviosa periodista, y ven a un par de jóvenes en la calle. Rápidamente, reconoce al chico como el paciente que esperaba su turno en el pórtico de emergencias del hospital Central. Se acerca a él, tratando torpemente de sonreír, pues siente que fue injustificadamente ruda en su anterior encuentro. No es una persona amistosa, y a veces la agresividad es su firma más notoria.
- Oye tú, ¿estás bien? Nos vimos en el hospital, ¿te acuerdas de mí?
Amelia la mira con desconfianza. Marcus abraza a la joven antropóloga con fuerza y la lleva dentro de su casa, ante el estupor de una ignorada Claudia. Sin embargo, una canción interrumpe la fría interacción, y los cuatro voltean hacia una esquina cercana. Una motocicleta vieja, estacionada frente a un edificio que Martina había señalado antes a Claudia como su casa, es arrastrada por un rubio extranjero, que fuma un cigarillo y escucha música en la radio de su destartalado vehículo.
- More than a feeling.
- ¿Qué cosa? -pregunta sonriendo Amelia, a su enigmático amigo melómano.
- De Boston. Es la canción que él escucha.
- Boston... ¡Pero ese grupo es muy viejo!
- Lo es -responde Marcus, esbozando una atípica sonrisa que sorprende y emociona a Amelia.
Deja su chaqueta de cuero en el asiento de la maltratada Ellie, y enciende un cigarrillo casero de los que el gran Bill le regaló el pasado lunes. Hay mucho ruido en la calle para un jueves; las prostitutas de la Novena están, sin embargo, ausentes de la sinfonía. Björn lo sabe. Cada una de las voces de las chicas está grabada en su memoria, así como las inflexiones de sus quejidos y palabrotas.
- Va a pasar en cualquier momento -, piensa, mientras masca el tabaco de su extinto cigarrillo. Desliza su mano derecha hacia el bolsillo de su chaqueta, y saca un reloj sin pulsera, con luz de sodio activable.
Tres hombres se aproximan a Björn; el más alto lo mira fijamente, mientras los otros comienzan a flanquearlo. Su motocicleta se ahoga en sus propias heridas, mientras el rubio panadero escupe el tabaco al suelo. Ocurre tan rápido que no da tiempo a los vecinos curiosos a mirar de reojo por las ventanas de los oscuros departamentos. Björn sube a su moto y la mueve veinte metros más al norte. Pisó suelo en conflicto, y lo sabe. Un extranjero como él no debería llamar tanto la atención. Tres cayeron bajo sus puños hoy, y muchos más volverán a buscarlo. La vieja Ellie deberá resistir, al menos, un viaje más esta semana.
Lanza patadas rítmicamente. Marcus acompasa sus movimientos desde el otro lado de la calle, mientras Amelia lo empuja hacia su casa. No es buena idea presenciar peleas ajenas. Claudia les hace señas para que se acerquen a su automóvil y se pongan en marcha, pero es nuevamente ignorada. Björn golpea en el estómago al primero que lanza un puñetazo a su rostro, y lo usa como barrera para lanzarse sobre los otros dos. Patea el mentón de uno, mientras pisa la mano de otro que intenta tomar un cuchillo que guarda en una bota de cuero. Tararea una estrofa de la canción que suena con intermitencias en su motocicleta, mientras pisa la sien del desafortunado atacante con el taco de su botín.
Un estruendoso rugido de llantas, sin embargo, interrumpe la demostración de habilidad del rubio motociclista. Varios automóviles se detienen a algunos pasos de la pelea, y comienzan a lanzar insultos al poco esforzado vencedor, mientras la música sigue sonando.
- Esa canción dura cuatro minutos y cuarenta y cinco segundos, y ha tenido tiempo de dejar en el piso a tres delincuentes habituales de estas calles y de llamar la atención de otros todavía más peligrosos.
- Sí, Marcus. Por eso tenemos que entrar a la casa.
- No, todo lo contrario. Tenemos que seguirlo. Si hizo todo eso sólo en More than Feeling, imagina lo que puede hacer en la duración total del Boston.
- Mierda, no entiendo nada de lo que dices. ¿Entonces no entramos a la casa? ¿Dónde pretendes meterte?
- Opino que vayamos con esa mujer y lo sigamos.
- No tienes idea de lo que hablas. Es una aristócrata que perfectamente podría denunciarnos a alguna autoridad; ya sabes cuál es mi apellido, y tú no eres precisamente amigo de esa gente.
- Pero tiene un buen auto. Es más de lo que tenemos en tu casa. Y estos edificios están llenos de delincuentes, de todos modos.
Marcus lleva de la mano a Amelia y entran en el automóvil de Claudia, quien rápidamente toma el volante y busca con la mirada una vía de salida, aterrorizada por quedar en medio de una pelea entre pandillas.
- Creo que deberías seguir a ese tipo de la moto.
- ¿Lo conoces? -responde agitada la periodista. Se siente inmersa en una noche que seguramente es producto de su inestable imaginación.
- Algo.
- Eres un mentiroso, ¿tú conoces a ese tipo, Marcus? -exclama molesta Amelia, golpeando a su amigo en el brazo, olvidando que está lleno de vendas ensangrentadas.
- Ouch. Es amigo del gran Bill, lo he visto varias veces en el taller. Esta puede ser la oportunidad que estábamos esperando. Ah, y si me vas a pegar, elige el otro brazo por favor.
- Eres lo peor, Marcus. ¿Por qué razón enferma podría ser nuestra chance de salvación seguir a un desconocido que golpea en la calle a delincuentes a los que todos aquí tratamos con cuidado y que nos protegen de los aristócratas que vienen a tomar lo que quieran a estas calles?
- Porque hace meses que tú y yo buscamos el sitio donde el gran Bill y los otros viejos del barrio están ocultándose, y este tipo puede saber dónde está. Esta niña rubia del asiento de adelante es su hermana menor y la que conduce claramente no tiene idea de lo que hace en este barrio y sólo quiere estar segura en algún lugar. Todos ganamos.
- ¿C-cómo sabes que yo estaba buscando...? - murmura al oído de Marcus la antropóloga, nerviosa y extrañada.
- Somos diferentes en lo que hacemos y decimos, pero pensamos de la misma forma. Por eso siempre peleamos -interrumpe con seriedad el muchacho, mientras jala un rizo de Amelia.
- A veces eres odioso, Marcus Percy.
- No. Soy honesto y tú no siempre lo eres.
No la ha sacado tan mal. Podría haber sido violada por esos hombres si no bajo a tiempo y les lanzo la lámpara. Un ojo morado se recupera rápido, y se puede vivir con los fantasmas de una agresión. Eso lo sé muy bien. Le pregunto su nombre, pero no me contesta. Trata de no mirarme a la cara, tal vez avergonzada de lo que le pasó. Le explico que no tenga miedo, que soy periodista y no me sorprendo fácil por las cosas. Pongo música para que entre en confianza y me diga su nombre, pero todo lo que consigo es un escueto "Martina". Tiene acento extranjero, y a juzgar por el sector donde la encontré y su vestimenta, deduzco que podría ser una prostituta; sin embargo, se ve demasiado joven. Esto me enferma.
Atender sus propias heridas es algo que Marcus sabe hacer bien. No duda en coser los cortes con precisión, vaciando un poco de vodka en su brazo y bebiendo otro poco. La noche es fría, y ha perdido bastante sangre. Amelia lo mira atentamente, nerviosa. Lo suyo no es la enfermería, sino las letras. Sin embargo, no puede negar su ayuda a la única persona que siempre ha estado ahí para auxiliarla.
- ¿Cómo te pasó esto, Marcus? -pregunta la joven, arreglando su ondulado cabello con la mano izquierda y sentándose en la cama donde el chico ha improvisado un botiquín sobre las sábanas.
- Ya te lo dije. Iba a buscar algunas cosas a la oficina de correos. Sabes cómo es la gente en estos días. Las elecciones están cerca.
- Algo más debes haber hecho para provocarlos. Me cuesta creer que simplemente te atacaron porque te vieron pasar por ahí.
- Entonces tienes que salir más a la calle. Para ser antropóloga, estás bastante desconectada de lo que pasa en esta ciudad.
- No cuestiones mi conocimiento. Es sólo que me cuesta creerlo.
Marcus cierra su última herida, y mira a Amelia a los ojos. Pasan varios segundos, y mientras se levanta de la cama y toma su chaqueta de tela y la coloca con dificultad sobre sus hombros, murmura a la chica:
- Siempre has tenido problemas para ver lo que está frente a tus ojos. Por eso no somos amigos, y nunca lo seremos; eres demasiado confiada.
- Marcus, tú eres mi amigo. Eres uno de mis más antiguos amigos, no entiendo la razón por la que te empeñas en decir lo contrario.
- Tú crees que tienes una deuda conmigo, y no necesito tu caridad. Eso no es amistad, y tú no me conoces. Gracias por dejarme pasar, de todos modos.
- Ni lo menciones.
- Cuídate, Amelia. Las cosas van a ponerse feas muy pronto. Tal vez deberías volver al barrio.
- ¿Y tú qué harás? No pretenderás mantener abierta tu tienda de discos mientras la gente se dispara en las calles. Además, ya nadie compra música en estos días, todo se baja de internet.
- Aún hay clientes. Estás llena de prejuicios.
Tiene razón. No nos parecemos, y no lo conozco. Lo vi crecer en las calles de mi barrio, siempre entre chatarras, aprendiendo a reparar automóviles y cosas eléctricas mirando a los viejos mecánicos del distrito industrial. Le decían "el chico de la basura". Cuando recién había llegado al barrio, pensaba que era porque siempre estaba escarbando entre los artefactos desechados por las familias, buscando piezas para sus juguetes y otras cosas que hacía sentado en las aceras; pronto supe que le llamaban así porque unos mecánicos lo encontraron en un contenedor de basura. Tenía dos meses de vida, y lo había abandonado un borracho aristócrata que le había dejado como única herencia un par de golpes en la cabeza que lo privaron para siempre de la audición de su oído derecho. Se cuenta que lo crió una mujer que había perdido a su familia en uno de los atentados al edificio de Comercio y que con el tiempo enloqueció y trató de matarlo.
Desde entonces se le ve en las calles; todos sabemos quién es, pero no recuerdo a alguien que efectivamente haya conversado con él. Cuando cruzamos nuestros caminos, en la universidad, viajábamos juntos en el metro. Yo pensaba que le gustaba, pero a él sólo le interesaba la música. Bueno, la música y las máquinas. Decía que mi pelo era rockero, y que el cabello ondulado había sido una marca de talento en la década de 1970. Heredó una tienda de música de un viejo comerciante melómano que le había tomado cariño, pues Marcus siempre iba a visitarlo.
No lo conozco. Marcus Percy no es su verdadero nombre; los mecánicos lo llamaron así por razones que nadie sabe. Sin embargo, lo quiero. Es mi amigo. Y él sabe que mi interés por él es genuino, pero cree que lo veo como una curiosidad. Probablemente es verdad. Marcus y yo somos muy diferentes. Pero es mi amigo y no dejaré que piense lo contrario, aunque tenga que ser odiosamente insistente.
Amelia alcanza a Marcus en la calle, y lo toma del brazo que no tiene lesionado.
- Hoy te vas a quedar en mi casa. Y todos los días que quieras, mientras quieras. Es también tu casa, si así lo deseas.
- Gracias.
- ¿No vas a pelear conmigo? Creo que nunca antes habías aceptado una oferta mía tan rápido.
- Hace frío. Soy orgulloso, pero no idiota.
Claudia y la silente Martina se bajan del coupé de la nerviosa periodista, y ven a un par de jóvenes en la calle. Rápidamente, reconoce al chico como el paciente que esperaba su turno en el pórtico de emergencias del hospital Central. Se acerca a él, tratando torpemente de sonreír, pues siente que fue injustificadamente ruda en su anterior encuentro. No es una persona amistosa, y a veces la agresividad es su firma más notoria.
- Oye tú, ¿estás bien? Nos vimos en el hospital, ¿te acuerdas de mí?
Amelia la mira con desconfianza. Marcus abraza a la joven antropóloga con fuerza y la lleva dentro de su casa, ante el estupor de una ignorada Claudia. Sin embargo, una canción interrumpe la fría interacción, y los cuatro voltean hacia una esquina cercana. Una motocicleta vieja, estacionada frente a un edificio que Martina había señalado antes a Claudia como su casa, es arrastrada por un rubio extranjero, que fuma un cigarillo y escucha música en la radio de su destartalado vehículo.
- More than a feeling.
- ¿Qué cosa? -pregunta sonriendo Amelia, a su enigmático amigo melómano.
- De Boston. Es la canción que él escucha.
- Boston... ¡Pero ese grupo es muy viejo!
- Lo es -responde Marcus, esbozando una atípica sonrisa que sorprende y emociona a Amelia.
Deja su chaqueta de cuero en el asiento de la maltratada Ellie, y enciende un cigarrillo casero de los que el gran Bill le regaló el pasado lunes. Hay mucho ruido en la calle para un jueves; las prostitutas de la Novena están, sin embargo, ausentes de la sinfonía. Björn lo sabe. Cada una de las voces de las chicas está grabada en su memoria, así como las inflexiones de sus quejidos y palabrotas.
- Va a pasar en cualquier momento -, piensa, mientras masca el tabaco de su extinto cigarrillo. Desliza su mano derecha hacia el bolsillo de su chaqueta, y saca un reloj sin pulsera, con luz de sodio activable.
Tres hombres se aproximan a Björn; el más alto lo mira fijamente, mientras los otros comienzan a flanquearlo. Su motocicleta se ahoga en sus propias heridas, mientras el rubio panadero escupe el tabaco al suelo. Ocurre tan rápido que no da tiempo a los vecinos curiosos a mirar de reojo por las ventanas de los oscuros departamentos. Björn sube a su moto y la mueve veinte metros más al norte. Pisó suelo en conflicto, y lo sabe. Un extranjero como él no debería llamar tanto la atención. Tres cayeron bajo sus puños hoy, y muchos más volverán a buscarlo. La vieja Ellie deberá resistir, al menos, un viaje más esta semana.
Lanza patadas rítmicamente. Marcus acompasa sus movimientos desde el otro lado de la calle, mientras Amelia lo empuja hacia su casa. No es buena idea presenciar peleas ajenas. Claudia les hace señas para que se acerquen a su automóvil y se pongan en marcha, pero es nuevamente ignorada. Björn golpea en el estómago al primero que lanza un puñetazo a su rostro, y lo usa como barrera para lanzarse sobre los otros dos. Patea el mentón de uno, mientras pisa la mano de otro que intenta tomar un cuchillo que guarda en una bota de cuero. Tararea una estrofa de la canción que suena con intermitencias en su motocicleta, mientras pisa la sien del desafortunado atacante con el taco de su botín.
Un estruendoso rugido de llantas, sin embargo, interrumpe la demostración de habilidad del rubio motociclista. Varios automóviles se detienen a algunos pasos de la pelea, y comienzan a lanzar insultos al poco esforzado vencedor, mientras la música sigue sonando.
- Esa canción dura cuatro minutos y cuarenta y cinco segundos, y ha tenido tiempo de dejar en el piso a tres delincuentes habituales de estas calles y de llamar la atención de otros todavía más peligrosos.
- Sí, Marcus. Por eso tenemos que entrar a la casa.
- No, todo lo contrario. Tenemos que seguirlo. Si hizo todo eso sólo en More than Feeling, imagina lo que puede hacer en la duración total del Boston.
- Mierda, no entiendo nada de lo que dices. ¿Entonces no entramos a la casa? ¿Dónde pretendes meterte?
- Opino que vayamos con esa mujer y lo sigamos.
- No tienes idea de lo que hablas. Es una aristócrata que perfectamente podría denunciarnos a alguna autoridad; ya sabes cuál es mi apellido, y tú no eres precisamente amigo de esa gente.
- Pero tiene un buen auto. Es más de lo que tenemos en tu casa. Y estos edificios están llenos de delincuentes, de todos modos.
Marcus lleva de la mano a Amelia y entran en el automóvil de Claudia, quien rápidamente toma el volante y busca con la mirada una vía de salida, aterrorizada por quedar en medio de una pelea entre pandillas.
- Creo que deberías seguir a ese tipo de la moto.
- ¿Lo conoces? -responde agitada la periodista. Se siente inmersa en una noche que seguramente es producto de su inestable imaginación.
- Algo.
- Eres un mentiroso, ¿tú conoces a ese tipo, Marcus? -exclama molesta Amelia, golpeando a su amigo en el brazo, olvidando que está lleno de vendas ensangrentadas.
- Ouch. Es amigo del gran Bill, lo he visto varias veces en el taller. Esta puede ser la oportunidad que estábamos esperando. Ah, y si me vas a pegar, elige el otro brazo por favor.
- Eres lo peor, Marcus. ¿Por qué razón enferma podría ser nuestra chance de salvación seguir a un desconocido que golpea en la calle a delincuentes a los que todos aquí tratamos con cuidado y que nos protegen de los aristócratas que vienen a tomar lo que quieran a estas calles?
- Porque hace meses que tú y yo buscamos el sitio donde el gran Bill y los otros viejos del barrio están ocultándose, y este tipo puede saber dónde está. Esta niña rubia del asiento de adelante es su hermana menor y la que conduce claramente no tiene idea de lo que hace en este barrio y sólo quiere estar segura en algún lugar. Todos ganamos.
- ¿C-cómo sabes que yo estaba buscando...? - murmura al oído de Marcus la antropóloga, nerviosa y extrañada.
- Somos diferentes en lo que hacemos y decimos, pero pensamos de la misma forma. Por eso siempre peleamos -interrumpe con seriedad el muchacho, mientras jala un rizo de Amelia.
- A veces eres odioso, Marcus Percy.
- No. Soy honesto y tú no siempre lo eres.
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1 Comment
Se ha puesto más interesante tu historia, Chino. Quiero leer más. Besos.
Posted on lunes, marzo 29, 2010
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